jueves, 27 de septiembre de 2018

El día que un unicornio se me cagó encima

Viernes tarde noche. En lugar de estar medio desnuda y tirada en mi sofá, recuperándome de todos los sinsabores y estragos de la semana, buscando algo que ver en el Netflix mientras preparo alguna entrada, aquí estoy, sentada en casa ajena, vestida, e intentando ser lo más cordial y agradable posible porque mi niñita se ha empeñado en ir a casa de su amiguita a hacer slim de purpurina rosa. He prometido a la madre que nos iremos pronto pues yo en esas condiciones, no me gustaría recibir visita en mi casa. El viernes a partir de las 19:15 es sagrado de siempre, es mi momento de la semana, y esta mengaja se lo ha apropiado. Para variar. Mientras conversamos animadamente, veo con espanto cómo mi niñita acaba de dejar el bote de purpurina encima de la mesita de cristal inmaculada justo en frente de mí, y como todos los que han convivido con botes de purpurina saben, los botes de purpurina los carga el diablo. Así que en medio segundo agarro el bote y lo meto en el bolso sin que nadie se haya percatado del desastre que se podría haber desatado.

Lunes. 9:15 de la mañana. El peor momento de la semana. Un lunes más no me ha quedado más remedio que llegarme hasta el instituto. Meto la mano en el bolso, saco las llaves, horror, esto ¿qué mierda es? ¡La purpurina! Llevo las manos, las llaves, todo lleno de purpurina rosa. Entro en el instituto como si hubiese agarrado un mojón, firmo, y enfilo hacia el cuarto de baño.

Martes por la mañana. Cuarenta minutos antes de la hora H. Un cuarto de hora para llevar a la niñita a la puerta del cole. La hora mágica de las ideas brillantes. Ya me he lavado los dientes, lavado la cara, echado la crema hidratante Biotherm para la cara y la del Mercadona para el escote y cuello, hoy me he puesto mi vestido largo de tirantes, voy con escotazo, y me acuerdo de la purpurina. Extraigo con precisión quirúrgica el bote de la purpurina y compruebo con espanto que está casi vacío. No me queda más remedio que vaciar el bolsillo contaminado. Llevo el bolso hasta el servicio, sacudo el bolsillo encima de la taza del váter y ahí es cuando la purpurina en un acto desesperado ¡se levanta en una nube y se esparce por todos lados! El váter es rosa. La tasa del váter es rosa. El bolso es rosa. Todo a mi alrededor es brillante y rosa. Llamada desesperada a la niña para que aprecie la que he liado (cuándo va a ver otra vez un váter de agua rosa y brillosa) y soplido espontáneo e inconsciente al bolso. Ipso facto la purpurina del bolso vuela por los aires hasta depositarse en mi escote, mi pelo y parte de la cara. 

No hay nada que quite la purpurina. Excepto meterse en la ducha. Quedan cinco minutos. Sólo puedo hacer una cosa: ignorar la purpurina.
Lo malo fue que por mucho que ignorara el hecho de que brillaba más que un pino en Navidad, nadie  más ignoró lo resplandeciente que iba. Aquel día, corrieron varias versiones de los hechos. La real, claro, que fue la que yo di. La de que por las noches trabajo como drag queen en algún antro de la costa. La de que tuve un encuentro con un unicornio y este se me cagó encima. O la más creíble, después de todo un año insistiendo a mis alumnos en lo bonito que quedan sus trabajos cuando van aderezados con purpurina, que aquella mañana, en un renuncio, me eché voluntariamente el bote de purpurina por encima y me fui tan ricamente para el instituto. Lo normal. 




(A día de hoy, sólo me quedan residuos. A quien se le ocurre señalármelo, gruño. Este año, no pediré purpurina en los trabajos)




En la media

RAP: Remarkably Average Parenting

En mi transición hacia una versión mejorada de mí misma decidí-

No, para nada. No recuerdo nada de lo que precedió el momento en el que me vi postulando para ser admitida en el grupo cerrado de Facebook: Remarkably Average Parenting. Tenía que contestar a una serie de preguntas en americano sobre mi condición de madre y lo que esperaba que el grupo me aportase. No sin cierto nerviosismo mandé mi solicitud y aguardé con tensión el momento en el que recibiría mi admisión o una negativa: afortunadamente, no esperé mucho para convertirme en una más de los 5178 padres y madres americanos/nas que comparten sus issues (asuntos) relacionados con la crianza de sus niños/ñas.

En esas tres palabras Remarkably Average Parenting subyace el genial humor de su creadora, Ilana Wiles. Parenting, literalmente el trabajo de criar a los hijos/jas, remarkably extraordinariamente, average en la media.

En este grupo, a veces nos reímos de los Above Average Parents. Los AAPs. Los que están muy por encima de la media. Pero es fruto de la envidia y la frustración que sentimos porque podríamos haberlo hecho mejor si nos hubiésemos esforzado un poquito. Sólo nuestra vagancia y nuestra dejadez han truncado las posibilidades de nuestros hijos/jas de convertirse en VIPs (very important people). 
"Oin, ¿tus hijas no saben francés???"
"No, no he enseñado a mis hijas a hablar francés. En toda su infancia no me he sentado ni un minuto a enseñarles francés. Ya, lo sé, hay niños que gracias al bien hacer de sus AAPs ya deberían estar trabajando en la ONU, actuando en el Bolshoi y compitiendo en las olimpiadas, todo eso lo sé, pero yo sólo soy una pobre RAP, ¡ay!".

Sí, me confieso. estamos en la media, y no es que no lo hayamos hecho perfecto, es que a veces ni siquiera lo hemos intentado, y deberíamos estar ahora entonando el mea culpa y flagelándonos así, los unos a los otros, pero admitámoslo, hay momentos en los que esto de criar es una auténtica locura.
Eso sí, que nadie dude jamás de cuánto queremos a nuestros/tras hijos/jas (y a esa copa de vino del viernes noche también).

domingo, 23 de septiembre de 2018

El Cabo

Conforme voy cumpliendo años, me cuesta más y más disimular el hastío que me provocan esos personajes que como moscas cojoneras, esputan a diestro y siniestro el veneno que desprenden sus palabras. Fue una de estas personajas la que pareció sorprenderse muchísimo de que no tuviera intención de concursar para venir a trabajar a esta localidad. No fue un "Ah, ¿y por qué no quieres irte a tu pueblo?" sino más un "Pues anda que preferir coger el coche todas las mañanas a irte a tu pueblo" y además con cara de asco, oiga. Y a ti, ¿qué mierda te importa? Pero bueno, en esos casos es mejor dar la callada, supongo. 


Yo tengo mis motivos. Lo que no iba a decirle, porque no lo habría entendido tampoco (a la gente que escupe veneno no le interesan las trivialidades), es que todas las mañanas, al pasar la salida de la Cañada, tras una curva, de pronto surge a lo lejos el Cabo de Gata. La visión tan sólo dura unos minutos, en cuanto llego a la rotonda del Alquián, desaparece tras el Toyo, y no hay día que no tenga la tentación de pararme en mitad de la autovía a echarle una foto y enseñar al mundo entero el espectáculo que se despliega ante mí cada mañana.
Juro que no ha habido dos mañanas iguales. No ha habido amanecer que imitara el anterior, no ha habido dos juegos iguales de luces del sol cuando a esas horas espabila. Hay mañanas que se pintan de rosicler y otras de color de las tormentas. Hay mañanas en las que el Cabo me ha dejado sin habla y sin respiración con su espejo de aguas quietas reflejando los rayos dorados del sol y de la luna y tentándome a dejarlo todo para quedarme en su orilla. Y en cambio hay días en que el Cabo está triste y hay días en los que está de morros. El viernes, se escondió detrás de una densa bruma y sólo me quedó imaginar su contorno tras la opacidad de la niebla. Y es que ya conozco su silueta, puedo dibujar la curvatura de sus picos con el dedo en el aire, he aprendido su perfil de memoria a lo largo de estos años.

Y mañana, ahí estará de nuevo, durante unos minutos, dándole la bienvenida a un nuevo día, borrando un poco el tedio de otro lunes.  



miércoles, 19 de septiembre de 2018

Las leyes de Newton. Acción Reacción (II)

- Bueno, vamos a ver, Rosa. ¿Qué quieres conseguir?
- Convertirme en una sílfide. Definitivamente. 
-...
-Perder peso.
-...
-¿Cinco kilos? ¿Bajar de 70 kilos? ¿Un milagro?

La mirada al otro lado está intentando hallar la respuesta real perforando mi córtex a través de los ojos que instintivamente entorno. ¿Qué es lo que busco conseguir? No sé si ha logrado una respuesta pero de pronto la mirada pierde su intensidad y salgo de la hipnosis.  

-¿En qué trabajas Rosa?
Desde el minuto uno soy Rosa. La voz es potente, de mando militar, enérgica, fuerte y segura. Ronca, muy ronca. Impone. 

- Soy profesora de francés.
Si pretendía con ello impresionarlo, me he equivocado de pe a pa. La respuesta correcta era "albañil".

- Me habría gustado estudiar idiomas, me gustan los idiomas... ¿Y qué comes Rosa? ¿Qué has comido hoy?
Le relato con todo lujo de detalles lo que suelo ingerir a lo largo del día, desde mi tostada de sobrasada de buena mañana, las galletas Digestive con chocolate del recreo para darme energía, que necesito mucha porque ya sabemos cómo son los niños, mi plato de comida "casera" a mediodía porque en mi casa se come muy sano, eso sí, "NO MERIENDO" recalco, y por la noche, lo típico son las ensaladas de tomate, con algo de aceite de oliva extra virgen (lo que ahora se denomina AOVE) para mojar un poco el pan y queso, que una no puede renunciar a sus orígenes franceses y un yogur por lo de los bacilos y eso. Y normalmente una cerveza suele caer. O un vasico de vino. Pero nada de cubatas que no me gustan los alcoholes refinados. O sea que no como tanto como para estar como estoy. Y menos ahora que voy al gimnasio y hago mucho ejercicio (para prueba le saco todos mis papelitos de series y ejercicios). Mi tono puede sonar un pelín condescendiente pero sé que no he hecho nada malo para estar como estoy. Al contrario, demasiado me privo. 

- Vamos a ver Rosa. Tienes la dieta de un tío que trabaja en un andamio-
Trago saliva
- Con tu nivel de actividad estás comiendo el doble de lo que gastas. 
O sea que, deduzco que, otro trago de saliva
- ¿Y estos papelitos qué son? ¿Quién te ha mandado hacer estos ejercicios? Estos ejercicios no sirven para nada.

Suspiro.
No diré nada por aquí de lo que me mandó hacer o comer o de lo que me contó porque no me parecería ni ético ni legal. Durante meses, me pesé religiosamente cada ocho días. La primera semana, perdí un kilo y medio, y me sentí muy orgullosa de mí misma, y subí el peso a la web de Víctor. Pero al rato, el mensaje que me mandó me acojonó un poco y me desanimó y era casi tiránico. Para nada el mensaje estimulante que esperaba. Pero yo seguí haciendo lo que me decía que tenía que hacer. Cuando bajé de 70 kilos, no me lo podía creer. Llevaba tres años intentándolo. Cada nuevo logro me parecía increíble. Y ahora, nueve meses después, y diecisiete kilos menos, me doy cuenta de que aquella primera pérdida era sólo el principio de un largo recorrido, el primer hito. Y he vuelto a sentirme cómoda conmigo misma. Y por ello le doy las gracias a él y le felicito por el método.

Con esto, acabo este pequeño repaso a las leyes de Newton ;). 
Aunque sigo teniendo millones de anécdotas que contar de mi aventura en el gym. Como de tantas otra cosas. XD

Good night!!

lunes, 17 de septiembre de 2018

Micropensamientos del primer lunes

¡No pongas el intermitente so subnormal!

Sí, vale, no podría ir más corta y apretada. Pero no sé de otra manera de mostrar mi cuerpo, y no me he estado machacando en el gimnasio todo el verano para esconderlo. Debo enseñarlo. Enseñarlo me anima.

Uy, pues mira qué bien que ya hayan mandado a los cuatro sustitutos que faltaban porque no tendremos que cubrir cuatro bajas ya la primera semana,  pero no tengo ánimo para presentaciones. Ya si eso me presentaré mañana, o pasado. O pfff. Pronto. Beee.

He dormido poco, torturando mi mente con el pensamiento de todos estos niños nuevos y pequeños y llenos de energía de primero, y de cómo procurar no bajar la guardia para que no revienten las clases y que no se me suban a la chepa,  con sus preguntas impertinentes, y  esa insoportable familiaridad, vamos a ver, no nos conocemos de nada, ¿a qué viene eso? Y tener que volver a repetirlo todo una vez más, y ya van veinte años... rrr....

¿Se le puede poner cinco guardias a una persona? Porque le acaban de poner cinco guardias a mi hermana. Dentro de mi drama personal, puedo llorar por un ojo.

¿Pues no me he mareado contando libros? Pero si en junio estaban todos, ¿por qué ahora faltan libros? Me estoy mareando y sólo he hecho el recuento de los de primero y todavía me quedan segundo, tercero y cuarto. Gggg... Voy a sentarme.

Mi marido no ha contestado a ninguna de las treinta preguntas que le he formulado a las 9:14 sobre la niña que empieza este año el instituto. No lo entiendo. ¿Le habrá pasado algo? ¿Estará trabajando?

Lunes y le acabo de cambiar la guardia de recreo de hoy por la del jueves a Óscar. ¿Yo soy imbécil? ¿De guardia de recreo ya el primer día? Están solo los niños de primero, y aún así me deprimen tanto. Pero ¿por qué se cuelgan de las porterías como si fueran monos? ¿Y se les caen encima y les dan en la cabeza y los matan? Pero ¡vamos a ver! ¿Es que nadie más lo está viendo? Brrr....

175 días para el verano. Ssss.

Ya me he cruzado con los nuevos cuatro veces. Digo yo que si yo estaba aquí antes, ¿no deberían presentarse ellos primero? Son jóvenes, llenos de energía y de la ilusión de los primeros años, ¡deberían estar pletóricos! Yo no.

He dado una hora y estoy agotada. Y tengo hambre. Menos mal que por fin toca irse para casa.

Otro cara polla que no sabe usar el intermitente. ¡Qué plaga, qué plaga!

Debe haber una forma de no volver mañana. ¡Pero ¿cuál?!



Y estos fueron algunos de los micropensamientos  de una profe cualquiera  en el primer lunes lectivo del curso 2018/2019. ;P
¡¡Cómo me gustarán estas chorradas!! XD



domingo, 16 de septiembre de 2018

Las leyes de Newton. Acción Reacción (I)

Durante meses, me fui adaptando, acostumbrando, mimetizando con el entorno hasta convertirme en una usuaria más del gimnasio. Ya conocía a los más asiduos, a los monitores, a los jefes, estaba familiarizada con las máquinas que me servían y con las que me eran totalmente inútiles. No perdía peso, apenas un par de kilos, eso también era cierto, pero lo compensaba el hecho de que cada vez me alejaba más de la zona de los "torpes anti-deportivos" adquiriendo habilidad, destreza y resistencia. 

Una tarde apareció Mari Carmen, una mamá del grupo de mi hija, por el mostrador del gimnasio. Había aprovechado la hora de inglés de la niña para venir a informarse. A todo eso no os he comentado que las niñas hacían la Primera Comunión en mayo. Los más avispados lo habrán captado.

Venía a informarse de lo que ofrecía el gimnasio para ponerse en forma y perder peso. Le explicaron que Víctor la vería, estudiaría su caso, le pondría una dieta y una tabla de ejercicios. El precio era irrisorio y los resultados espectaculares a juzgar por las fotos que nos estaban enseñando (yo en ese momento ya estaba pegadita a ella y seguía atentamente todas las explicaciones) de cambios increíbles como los que salían en "Mi vida con 300 kilos", "Mi familia pesa una tonelada" "Cambio radical: perdiendo peso" y demás programas del DKiss. Pero aún así ella no se decidía y mientras más le explicaban en qué consistía todo, más se me dilataban las pupilas, y de repente me oí a lo lejos decir "apúntanos a las dos. Vamos a hacerlo". No, no tenía otra opción, eso era exactamente lo que había estado buscando y no podía dejar escapar la ocasión de al menos intentarlo. Así que nos dieron cita a las dos para la semana siguiente, una a las 18:30 y la otra a las 19:00 para que analizara nuestro caso el famoso Víctor  del que ya había oído hablar a otras madres sin saber muy bien si era real o si era un mito y que además estaba en este mismo gimnasio.

Pero esa no fue la cita en la que conocí a Víctor. ¿El motivo? Cuando eran ya las 19:50 y la cosa no tenía visos de acabar, toqué a la puerta de la consulta y les dije a los dos (y fue la primera vez que supe quién era Víctor) que no podía esperar más y que pediría cita para otro momento. Sí, fue uno de esos momentos en los que mi macrofobia salió a flote, y como tantas otras veces, perdí el control y me largué. Pero no sin antes pedir cita para otro día.

Y ese día llegaría pronto. El 23 de enero de 2018. El día en el que Víctor se hizo cargo de mi caso. A partir de ese día, el nombre de Víctor se convertiría en "Trending Topic" de mi cotidiano y yo en una más de sus seguidores y defensores de su culto pues no en vano sería el artífice del cambio físico más increíble que he experimentado en mi vida.




sábado, 15 de septiembre de 2018

las leyes de Newton. Fuerza (III)

Cardio y fuerza.

Cumplir con la parte de cardio es lo más sencillo: se trata de alternar el trabajo en la cinta con la elíptica y hacer kilómetros. Nunca me había montado ni en una ni en otra y hasta la fecha, no ha habido ni una sola vez que al montarme a la cinta, no haya imaginado que protagonizaba uno de esos vídeos de youtube donde la gente se escoña. Así que siempre que me subo, tengo que controlar mis ganas de tropezar. Empecé suave, tan suave como andar todos los días 30 minutos a una velocidad media de 6 km/h durante semanas. A ambos lados, hay gente atlética que corre, que suda, con más fondo del que tendré jamás, pero no me preocupa, me conformo con que nadie repare en mí y me deje ir a mi ritmo. 

En cuanto a la fuerza, con paciencia, mi marido me rellenó un montón de papelitos con series de ejercicios. Cuatro series de veinte, cuatro series de quince, alternando las series de una rutina que consiste básicamente en dedicar cada sesión a una parte distinta de la anatomía, el primer día bíceps y pecho, el segundo tríceps y espalda, el tercero piernas y hombros, y vuelta al primero. Cada parte del cuerpo tiene un tiempo de reposo para generar músculo. Al hacer ejercicios de fuerza, se rompen las fibras musculares, y las células crean más fibras musculares para reparar esas roturas. Así es como crecen los músculos.

Durante meses me dediqué a subirme a máquinas que había visto en la tele pero que nunca pensé que acabaría usando un día. Ahí estaba yo haciendo pecho en un press de pecho, o haciendo piernas en un press de piernas, o tirando de las poleas altas a veces para tríceps y otras para dorsales, o de poleas bajas para bíceps, cogiendo pesas a pares, de dos kilos para los hombros, o de cinco para los bíceps, siempre con mis papelitos y mi toalla de un lado para otro. Sólo ha habido una máquina que no he conseguido entender (dados mis antecedentes, nada de qué extrañarse): la máquina de abdominal crunch. Pero hice buen uso de todas las demás.

De esos primeros meses, saqué varias enseñanzas. Primero y fundamental, la gente que va al gimnasio no es tan tonta ni tan superficial. Y no lo digo porque vaya yo. Puede que unos sean más vanidosos que otros, que haya gente fanfarrona, pero por lo general es gente que sólo pretende estar a gusto consigo misma y no veo cómo eso puede suponerle un problema a nadie. Además, el sacrificio es muy grande, uno no amanece un día con un cuerpo escultural y sano. Requiere de mucho sacrificio. Así que  RESPECT.
Segundo, hay muchas mujeres de mi edad que se resisten a ir al gimnasio porque creen que van a ser objeto de burla por parte de los demás. Craso error. Nadie se fija en los demás porque están todos pendientes de ellos mismos. En los espejos que cubren todas las paredes del gym, sólo se ve a gente mirándose a sí misma. que el camuflaje ayuda a sentirse igual a todas las demás, es cierto. Pero llega un momento en que te das cuenta de que todo eran imaginaciones tuyas y de que nadie está pendiente de tus michelines, de lo que estés haciendo, de si sudas o no.

En esos primeros meses, me di cuenta de que no era tan inútil para los deportes como lo había pensando siempre. Era capaz de conseguir pequeños logros con mi cuerpo, pequeñas victorias como subir unos kilos en las prensas, o hacerme una serie de más. Un día, mi pequeña que había venido conmigo, viéndome andar en la cinta, me preguntó si podía correr y pensé por qué no probar unos metros, y al rato estaba corriendo y desde entonces no he vuelto a subirme a la cinta que no sea para correr.

Nunca es tarde, ¿verdad?

viernes, 14 de septiembre de 2018

Las leyes de Newton. Fuerza (II)

La decisión estaba tomada y era irrevocable. Me apuntaría al gimnasio.

La siguiente pregunta fluyó naturalmente: ¿Qué indumentaria y equipación se requerían para ir al gimnasio?

Sí que había visitado gimnasios con anterioridad, de hecho este en concreto muchas veces, a esperar a que las niñas acabaran sus clases de spinning. Pero de eso que sin querer, al toparse la mirada con semejante despliegue de pechos y de bíceps vigorosos, se abren los ojos y se dilatan las pupilas desorbitadamente, y automáticamente el cuerpo se encoge en la silla y fija la mirada hacia el suelo, el móvil o la "Voz de Almería" para aparentar impasibilidad y evitar la agitación del resto de sus miembros. En esas condiciones, siempre fue imposible determinar qué es lo que llevaba nadie.

Equipación adecuada para la práctica de actividades deportivas varias que se realizan en un gimnasio:

- ropa deportiva.

Tenía un chándal bicolor rosa y marrón claro "de marca" comprado en rebajas de aquella vez  que decidí,  justo después de dar a luz a mi segunda hacía ocho años, ponerme en forma corriendo por la rambla de Albox. Jamás he sentido tanto dolor como tras aquel único minuto y medio corrido. Pero eso ahora no es reseñable. Ocho años después, el chándal seguía como nuevo y me quedaba un poco ancho de piernas pero medianamente en condiciones. 
¡ERROR! 
Una  no puede ir de cualquier manera a un gimnasio y mucho menos ataviada con un chándal enorme color marrón claro si no quiere acaparar todas las miradas.
Como norma no escrita, las mujeres van con mallas, los hombres con pantalones cortos y todos con camisetas de lycra. Es así. Y el color camuflaje que usan las mujeres es el rosa fosforito para top y el negro para las mallas. Hay tantos tops rosa fosforito y mallas negras que una ni se reconoce cuando se mira en el espejo. "¡Mírame qué cuerpazo y cuánto peso levanto! Ah no, que yo no soy esa, que yo soy la que está justo detrás sudando como un pollo en el press de banca".

(El camuflaje es imprescindible en los primeros tiempos como os contaré más adelante)

Son las tres y media de la tarde y urge obtener todo lo necesario pues es fundamental comenzar con el plan a día 1 de septiembre. (Porque esto es como dejar de fumar, como no lo hagas el día 1 de enero, el día 2 ya es tarde, y es asín)

¡Qué sería de nosotros la clase media sin el decathlon! ¿Os acordáis cuando la ropa deportiva "especial" tenía que comprarse en tiendas deportivas "especiales" de marcas especiales y CARÍSIMAS??? En un viaje me agencio un par de mudas conjuntadas (una de ellas, la consabida equipación de camuflaje), un par de toallas medianas para el sudor, un bidón para el agua, un par de sujetadores/top fitness, una gorra, una cinta, un pulsómetro, un porta-smartphone, unos cascos inalámbricos, unas chanclas, un bote para el champú, otro para el gel y otra toalla grande para la ducha.

¡¡¡Y ya estoy preparada para dar el gran salto!!! (con toda la felicidad, excitación y nerviosismo que implica embarcarse en una nueva etapa de mi vida)

¿Cuál es el plan?

Pues ir al gimnasio.

¿Y qué vas a hacer en el gimnasio?

... Gimnasear.

... ¿Cuáles son las actividades que te gustaría realizar en el gimnasio?

Pues... no sé... hacer cosas de gimnasio... ya tú sabes... cosas

¿Te quieres apuntar a clases de spinning, de zumba, de crossfit?

Nops. No voy al gym a hacer amigos

¿Aeróbicos, anaeróbicos, mantenimiento?

....

Y esto también es fundamental. Cuando una se apunta al gimnasio tiene que ir con un plan. Y finalmente, después de consultar in extremis unos pocos gurús e influencers fitness, me decidí por una combinación de cardio y fuerza, con un objetivo muy claro: conseguir el cuerpo 10.


martes, 11 de septiembre de 2018

Las leyes de Newton. Fuerza (I)

September, 1st, 2017. Friday. 08:00 a.m

—Me voy a apuntar al gimnasio.
—¿Qué?
—Que me voy a apuntar al gimnasio.
—¿A qué gimnasio?
—Pues a tu gimnasio.
—¿Qué?
—Que me voy a apuntar a tu gimnasio.
—¿Quién?
—Yo.
—...

Esa había sido la idea fabulosa que había tenido de madrugada. Apuntarme al gimnasio. Podría haberme sentido algo molesta por la confusión, incredulidad y escepticismo que dos palabras, "yo" y "gimnasio", despertaron en todos aquellos a los que anuncié la decisión que había tomado en firme, como si en mi caso los elementos "yo" y "gimnasio" fueran a implosionar al entrar en contacto el uno con el otro. De hecho, creo que hubo una porra por ahí de cuántos días aguantaría.

Pero no me enfadé, no, era más que lógico dado mi historial. Durante toda mi vida me había declarado la persona más anti-deportista del universo (en el sentido de opuesto, no de en contra) y no por convicción sino por una cuestión pura y duramente física.

Creo que la primera vez que tomé conciencia de mis escasas dotes para el deporte fue cuando en 2º o en 3º de primaria, al desplazarnos cogidos al rebosadero de la piscina municipal, me solté sin querer en la parte honda y estuve a punto de ahogarme de no ser porque me agarré a la culotte de una compañera. Ese fue el primer toque que me dio la Educación Física, su primera advertencia de que no estaba hecha para el deporte. Luego, en secundaria, fue la única asignatura que me quedó siempre. Cuando oigo a los "expertos" decir que no se debería promocionar a un alumno que no lo haya aprobado todo, sigo bendiciendo el sistema educativo galo que se regía por medias y no absolutos, de lo contrario jamás me habría sacado siquiera el graduado escolar.

Era mala no, lo siguiente. ¿Conocéis ese personaje caricaturesco que sale en las comedias americanas sobre high schools de empollón absurdamente torpe? Pues por desgracia, en mi caso, no se trataba de una ficción. No hubo ni una sola modalidad en la que destacara en aquellos años. Ni una sola marca en saltos, carreras y lanzamientos que superara. Al contrario. Si existiera el antónimo de superar, en el sentido de establecer récords en negativo, yo habría sido su mejor ejemplo en contexto.

Cuántas veces no intenté acatar las órdenes de los profesores de gym con lamentables resultados. Salté el potro una vez en mi vida. A la segunda estuve a punto de dejarme dos vértebras en él, de ahí el consiguiente miedo que le tomé a aquel aparato y mi renuncia para siempre. ¿Y la cuerda? Cómo acababa siempre sentada en el nudo y oscilando como un péndulo. No atinaba ni en los deportes de equipo ni en las prácticas individuales. Cuando me quitaron el soporte de pelota para batear, se acabó el baseball para mí. Nadie me quería en su equipo, ¿cómo reprochárselo? Sentía náuseas al correr, vértigo al subirme a la barra de equilibrio. El único ejercicio gimnástico que pude hacer nunca fue la voltereta y sólo hacia delante. En 1º de primaria, era todo un logro. En bachillerato ya no lo era tanto.

Así que no puede extrañarle a nadie que una vez finalizada la época de deporte preceptiva, cuando alguien me había alentado a hacer algún tipo de actividad, lo había ahuyentado a lo "vade retro satana". Y esto también indica claramente que no ha habido una faceta de mi vida donde no haya demostrado sentido común y buen juicio.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Las leyes de Newton. Inercia.

August, 31st, 2017. Thursday. 11:00 p.m 1ª ley de Newton. Inercia. 

Mañana me levantaré al alba, a la fresca, en cuanto abra los ojos, cuando los demás sigan durmiendo, me enfundaré mi indumentaria deportiva y mis tenis del decathlon, me pondré música en el móvil y los cascos en las orejas y haré el mismo recorrido que antes de las vacaciones cuando el calor aun no apretaba. Subiré por la calle de la escuela de kárate hasta el primer semáforo. Cruzaré y me dirigiré a la calle de Correos. Desde ahí bajaré todo el bulevar hasta divisar la estación de trenes a través de la reja. Andaré en paralelo a esta hasta llegar al cruce con la calle del 28 de febrero. Entonces subiré por el instituto y cogeré la calle que lleva al cruce de los Pinos. Daré otra vuelta por las urbanizaciones de la zona del Bronce y finalmente subiré por el parque hasta llegar a casa. Tardaré unos cincuenta minutos en hacerlo a paso ligero. Cuando llegue a casa, me ducharé, desayunaré y me iré al instituto. Y así para el resto de mi vida.

September, 1st, 2017. Friday. 06:50 a.m

El ruido del tráfico a lo lejos me despierta como todas las mañanas. Apenas empiezan a vislumbrarse las primeras luces del alba y ya han apagado las farolas. Me acosté con un propósito. Un propósito vital. No puedo seguir viviendo sentada o acostada como hasta la fecha. Mi cuerpo ha empezado a darme toques y hay mañanas en las que bajo las escaleras de lado por el dolor que siento en las piernas. Y está el peso. El peso no se mueve, apenas se tambalea unos cientos de gramos por abajo para, al día siguiente, subir el doble. Cuando me miro en el espejo, confundo mi papada con un bocio. Me he abonado a la 42, y cuando se casó mi hermano, lucía una hermosa y espectacular 44. Y no es que me me hinche a comer tampoco. Llevo a régimen toda la puñetera vida. A veces he pensado que debo tener algún tipo de desajuste hormonal, tal vez el famoso tiroides, que hace que engorde a lo loco si no me privo. O puede que fuera al dejar de fumar. Es posible que el cóctel de sustancias tóxicas no tenga otro propósito que hacer engordar hasta reventar a los incautos que osan dejarlo. El hecho es que con los datos objetivos en la mano, mi cuerpo ha dejado de gustarme. Ya sé que se lleva lo curvy, que debería sentirme orgullosa de mis formas rotundas, que debería abanderar la causa de todas esas chicas a las que quieren achantar por sus cuerpos porque se niegan a matarse a hambre, y quieren ser felices, y disfrutan de la comida y de la bebida, debería defenderlas contra viento y marea, disfrutar yo también de la comida, rendirme a la gula y gritar muy fuerte que cada cual es libre de hacer con su cuerpo lo que le da la gana. Pero el problema es que me miro en el espejo y ya no me atraigo. En lugar de gustarme, hago cuentas, calculo que de seguir subiendo así, pesaré los ochenta kilos antes de cumplir los cincuenta. Y entonces caeré bajo el yugo de la menopausia y en más o menos diez años alcanzaré los cien kilos.

Pero son las 7:00 de la mañana, y me resisto a levantarme y empezar tan pronto a torturar mi cuerpo sin saber si este enésimo intento mío servirá para algo esta vez. Así que tomo una decisión drástica en un segundo, una de esas decisiones que nadie nunca esperaría de alguien como yo. Pero es el último recurso que me queda. No  tengo escapatoria.
Me vuelvo a dormir con una sonrisa en la cara, convencida de que esta vez, lo voy a hacer bien.



domingo, 9 de septiembre de 2018

El día que me cargué el candy crush saga

Han pasado tres años desde que publicara una entrada que resultaría ser la última. Y lo hice hablando de "penecillos".

Claro que de haber sabido que era mi última entrada, habría escrito algo épico, asombroso, con un punto lacrimógeno, intriga y un trágico desenlace, generando tantos miles de likes y de aplausos virtuales y de shares y de súplicas que al final me habría quedado.

Ahora bien, hay cosas que no se planean. Como lo de esa entrada. Simplemente ocurren. Hay finales abruptos que dejan historias a medias y condenadas al olvido, despedidas sin estridencias, abrazos ni adioses, huidas hacia adelante, un partir simplemente sin vuelta atrás.

Por cierto, debería renovar esto un poquito. El papel pintado de este blog guarda un tufillo a rancio imagino que por el polvo acumulado en estos tres años.

Ayer, y después de buscar incansablemente la manera de hackear el puñetero candy crush,

traducido al castellano: ver vídeos youtube de voces distorsionadas que te explican cómo encontrar el enlace que anhelas entre la maraña de links de spams y de páginas que se abren por obra y arte de magia pidiéndote una y otra vez tu teléfono y tus datos; 
conseguir sin atender al sentido común descargarme tres o cuatro archivos de procedencia desconocida tanto en móvil como en pc para comprobar no una sino cuatro veces que son una tomadura de pelo y quedarme con la duda de si estos youtubers proveedores de links dudosos no son en realidad bots rusos en busca de archivos secretos o intentando cargarse un portátil cuya batería pasó a mejor vida hace dos años y que lleva el cable de alimentación atado con trozos de fiso a un costado para evitar que la clavija se me vuelva a ir a la mierda

¿Y por qué querría yo hackear el candy crush saga, a sabiendas de que no sólo es ilícito sino que corro el peligro de pillar un montón de bichos desagradables??  Y sonaría igual de patético si lo escribiera de otra manera, pero me he tirado los últimos tres años intentando alcanzar el último nivel de ese maldito juego para dedicarme a hacer otra cosa como escribir el próximo pulitzer, subir unos cuantos ochomiles, hacer un máster, dedicarme al crochet y/o aprender otro idioma. Estaba convencida de que si le sacrificaba todo este largo verano, lograría acabarlo de una vez por todas.

Recuerdo la desagradable sorpresa que me llevé cuando al alcanzar el nivel 1000, descubrí que había un nivel 1001, y un 1002. Durante tres años, y conforme me acercaba a la meta, los hijueputas de sus creadores seguían y seguían sacando niveles. Pero a mediados de agosto,  en una de mis comprobaciones, me cercioré de que el nivel 3700 era por fin el último y que sólo me quedaban unos cincuenta niveles para alcanzarlo. En dos semanas como mucho, conseguiría por fin mi objetivo y acabaría con ese maldito juego de una vez por todas, y antes de que empezara el nuevo curso escolar para poder dedicarme a lo que me diera la gana. Pero si fuera así, no estaría ahora escribiendo esto.

Anteayer descubrí que en una noche aciaga, con nocturnidad y alevosía, esos cabrones habían sacado 80 niveles de golpe. Supe que esos malnacidos no estaban dispuestos a dejarme marchar y que nunca me liberaría del candy crush saga. Y bajo ningún concepto quiero que en mi esquela pongan, "alcanzó el nivel 300.000 y ahí se quedó". No. Me niego. Bien es cierto que no he podido hackear el candy crush saga, ni cargarme a esos malnacidos. Simplemente lo he desinstalado. A los del candy crush saga, ¿quién es el pringado ahora?? .l. ¡Losers!