August, 31st, 2017. Thursday. 11:00 p.m 1ª ley de Newton. Inercia.
Mañana me levantaré al alba, a la fresca, en cuanto abra los ojos, cuando los demás sigan durmiendo, me enfundaré mi indumentaria deportiva y mis tenis del decathlon, me pondré música en el móvil y los cascos en las orejas y haré el mismo recorrido que antes de las vacaciones cuando el calor aun no apretaba. Subiré por la calle de la escuela de kárate hasta el primer semáforo. Cruzaré y me dirigiré a la calle de Correos. Desde ahí bajaré todo el bulevar hasta divisar la estación de trenes a través de la reja. Andaré en paralelo a esta hasta llegar al cruce con la calle del 28 de febrero. Entonces subiré por el instituto y cogeré la calle que lleva al cruce de los Pinos. Daré otra vuelta por las urbanizaciones de la zona del Bronce y finalmente subiré por el parque hasta llegar a casa. Tardaré unos cincuenta minutos en hacerlo a paso ligero. Cuando llegue a casa, me ducharé, desayunaré y me iré al instituto. Y así para el resto de mi vida.
September, 1st, 2017. Friday. 06:50 a.m
El ruido del tráfico a lo lejos me despierta como todas las mañanas. Apenas empiezan a vislumbrarse las primeras luces del alba y ya han apagado las farolas. Me acosté con un propósito. Un propósito vital. No puedo seguir viviendo sentada o acostada como hasta la fecha. Mi cuerpo ha empezado a darme toques y hay mañanas en las que bajo las escaleras de lado por el dolor que siento en las piernas. Y está el peso. El peso no se mueve, apenas se tambalea unos cientos de gramos por abajo para, al día siguiente, subir el doble. Cuando me miro en el espejo, confundo mi papada con un bocio. Me he abonado a la 42, y cuando se casó mi hermano, lucía una hermosa y espectacular 44. Y no es que me me hinche a comer tampoco. Llevo a régimen toda la puñetera vida. A veces he pensado que debo tener algún tipo de desajuste hormonal, tal vez el famoso tiroides, que hace que engorde a lo loco si no me privo. O puede que fuera al dejar de fumar. Es posible que el cóctel de sustancias tóxicas no tenga otro propósito que hacer engordar hasta reventar a los incautos que osan dejarlo. El hecho es que con los datos objetivos en la mano, mi cuerpo ha dejado de gustarme. Ya sé que se lleva lo curvy, que debería sentirme orgullosa de mis formas rotundas, que debería abanderar la causa de todas esas chicas a las que quieren achantar por sus cuerpos porque se niegan a matarse a hambre, y quieren ser felices, y disfrutan de la comida y de la bebida, debería defenderlas contra viento y marea, disfrutar yo también de la comida, rendirme a la gula y gritar muy fuerte que cada cual es libre de hacer con su cuerpo lo que le da la gana. Pero el problema es que me miro en el espejo y ya no me atraigo. En lugar de gustarme, hago cuentas, calculo que de seguir subiendo así, pesaré los ochenta kilos antes de cumplir los cincuenta. Y entonces caeré bajo el yugo de la menopausia y en más o menos diez años alcanzaré los cien kilos.
Pero son las 7:00 de la mañana, y me resisto a levantarme y empezar tan pronto a torturar mi cuerpo sin saber si este enésimo intento mío servirá para algo esta vez. Así que tomo una decisión drástica en un segundo, una de esas decisiones que nadie nunca esperaría de alguien como yo. Pero es el último recurso que me queda. No tengo escapatoria.
Me vuelvo a dormir con una sonrisa en la cara, convencida de que esta vez, lo voy a hacer bien.
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