martes, 11 de septiembre de 2018

Las leyes de Newton. Fuerza (I)

September, 1st, 2017. Friday. 08:00 a.m

—Me voy a apuntar al gimnasio.
—¿Qué?
—Que me voy a apuntar al gimnasio.
—¿A qué gimnasio?
—Pues a tu gimnasio.
—¿Qué?
—Que me voy a apuntar a tu gimnasio.
—¿Quién?
—Yo.
—...

Esa había sido la idea fabulosa que había tenido de madrugada. Apuntarme al gimnasio. Podría haberme sentido algo molesta por la confusión, incredulidad y escepticismo que dos palabras, "yo" y "gimnasio", despertaron en todos aquellos a los que anuncié la decisión que había tomado en firme, como si en mi caso los elementos "yo" y "gimnasio" fueran a implosionar al entrar en contacto el uno con el otro. De hecho, creo que hubo una porra por ahí de cuántos días aguantaría.

Pero no me enfadé, no, era más que lógico dado mi historial. Durante toda mi vida me había declarado la persona más anti-deportista del universo (en el sentido de opuesto, no de en contra) y no por convicción sino por una cuestión pura y duramente física.

Creo que la primera vez que tomé conciencia de mis escasas dotes para el deporte fue cuando en 2º o en 3º de primaria, al desplazarnos cogidos al rebosadero de la piscina municipal, me solté sin querer en la parte honda y estuve a punto de ahogarme de no ser porque me agarré a la culotte de una compañera. Ese fue el primer toque que me dio la Educación Física, su primera advertencia de que no estaba hecha para el deporte. Luego, en secundaria, fue la única asignatura que me quedó siempre. Cuando oigo a los "expertos" decir que no se debería promocionar a un alumno que no lo haya aprobado todo, sigo bendiciendo el sistema educativo galo que se regía por medias y no absolutos, de lo contrario jamás me habría sacado siquiera el graduado escolar.

Era mala no, lo siguiente. ¿Conocéis ese personaje caricaturesco que sale en las comedias americanas sobre high schools de empollón absurdamente torpe? Pues por desgracia, en mi caso, no se trataba de una ficción. No hubo ni una sola modalidad en la que destacara en aquellos años. Ni una sola marca en saltos, carreras y lanzamientos que superara. Al contrario. Si existiera el antónimo de superar, en el sentido de establecer récords en negativo, yo habría sido su mejor ejemplo en contexto.

Cuántas veces no intenté acatar las órdenes de los profesores de gym con lamentables resultados. Salté el potro una vez en mi vida. A la segunda estuve a punto de dejarme dos vértebras en él, de ahí el consiguiente miedo que le tomé a aquel aparato y mi renuncia para siempre. ¿Y la cuerda? Cómo acababa siempre sentada en el nudo y oscilando como un péndulo. No atinaba ni en los deportes de equipo ni en las prácticas individuales. Cuando me quitaron el soporte de pelota para batear, se acabó el baseball para mí. Nadie me quería en su equipo, ¿cómo reprochárselo? Sentía náuseas al correr, vértigo al subirme a la barra de equilibrio. El único ejercicio gimnástico que pude hacer nunca fue la voltereta y sólo hacia delante. En 1º de primaria, era todo un logro. En bachillerato ya no lo era tanto.

Así que no puede extrañarle a nadie que una vez finalizada la época de deporte preceptiva, cuando alguien me había alentado a hacer algún tipo de actividad, lo había ahuyentado a lo "vade retro satana". Y esto también indica claramente que no ha habido una faceta de mi vida donde no haya demostrado sentido común y buen juicio.

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