lunes, 22 de octubre de 2018

Lundi

Los antiguos augures de Roma me habrían vaticinado un lunes regular después de tirarme media hora persiguiendo contenedores de Cáritas por todo El Toyo para soltar la ropa que me ha quedado grande. Tres de tres. Llenos hasta los topes. En uno incluso un viejo tenis Adidas bloqueaba la puerta. Y mañana teniendo que ir al Mercadona. ¿Dónde voy a meter las 18 botellas de agua con los dos bolsones de Ikea a rebosar de ropa? ¡Que ahora que los tengo dentro no los voy a sacar otra vez fuera! Qué estrés. A lo mejor es una señal divina del cielo de que no puedo donar mis vaqueros Mango de la 42 porque los voy a necesitar de nuevo. 
Qué espanto. 
Y es que... 
No sé si puedo confesar algo así. 
Porque no es la primera vez que me ocurre en este largo proceso, aunque siempre supone el mismo terror ingénito a volver a lo de antes.
¡¡Síiiiiiii!! ¡¡Aayyy!!
He engordado un kilo. 
¡¡Es lo peoooor!!
¿Ya está? ¿El sueño de parecer una barbie pija se acabó? ¿De codearme con las flacas? ¿De probarme ropa de adolescentes? ¿Volveré a ser la de antes? 
Claro que es lo que tiene irse de puente con la familia, tres kilos de bizcocho casero de la Tahona, un millón de quintos de cerveza Estrella Levante en oferta en el Carrefour y que tu madre lo cocine todo con tocino. ¿Asado al horno de leña? Con mucho tocino. ¿Arroz a la lumbre? Como no, con tocino. Es como si hubiera intentado inyectarme en vena la grasa que he perdido. Entiendo que para la familia, después de 40 y pico años, el que yo haya pasado a ser la flaca ha supuesto un golpe bajo y es posible que me haya cargado el orden divino. Pero me niego en rotundo a cumplir con los designios de mi madre. 
Así que llevo desde el viernes pasando hambre. A base de bíceps, he logrado meter la bolsa Ikea que contenía los dichosos vaqueros en  uno de los contenedores. Ya está. Hecho. Ya no puedo engordar más si no quiero hacer el ridículo más espantoso llevando unos pantalones demasiado pequeños, como en esas fotos de gente embutida en leggings minúsculos que cuelgan en el facebook.
Y no llamo a Cáritas para quejarme de que ya ni una buena obra puede hacer una, no vaya a ser que me pidan que les lleve yo misma la ropa, que en Cáritas siempre están lampando (o como dicen en mi casa, ampando) por gente que eche una mano. 
Llevo con esta sufrimiento desde el viernes que fue cuando me pesé en el peso oficial de los viernes (por 20 céntimos te dicen tu PI, tu IGC y también tu IMG) y se me cayó el universo encima. 
Mientras empujo la bolsa para dentro, de pronto recuerdo que sólo me he traído dos mandarinas para desayunar y que puede que sea poco, sobre todo si el lunes resulta ser una mierda y necesito ingerir más calorías para aguantarlo. Compruebo lo que temía y es que efectivamente sólo llevo unos céntimos. Y en la cantina no tienen más manía que calentar las cañas de chocolate al horno. ¿Sabéis cómo huelen los pasillos? Pero no, resistiré, resistiré porque tengo un propósito que es llegar a mi cumpleaños con ese kilo menos. Así que habrá que saborear las mandarinas y pensar en otra cosa. Hoy de comer, gurullos. Pero sin pasarse que después en el gym no hay quién levante el culo. Total, solo tengo guardia de recreo precisamente en la cantina, para controlar que los chicos no se descontrolen y ver pasar ante mis ojos unos doscientos alumnos y alumnas y sus paninis de atún y sus bocadillos de jamón serrano y de tortilla y sus cañas de chocolate. Y yo con mis dos mandarinas.
Hay que ver los obstáculos que te pone la vida a veces. Ay. 

martes, 16 de octubre de 2018

La metáfora del gato y de la cuchara II

El caso es que la niña trajo ayer tarea. Mucha tarea. De lengua, sociales y mates. Algo de una criba del atóstenes, cuatro preguntas resúmenes del tema  de los trogloditas y ejercicios de lengua. Porque hay dos clases de profes. Los que anualmente optamos al título del más popular y "les enfoirés"que mandan millón y medio de tarea todos los días, no vaya a ser que a los angelicos se les olvide la cara que tienen. Vamos a ver señores. Y ahora, ¿cómo compagino todo esto con las clases en el conservatorio, el ballet, el inglés, el chino y el curso de programación? Que me lo expliquen. 

Total, después de comer, la niña se sienta en la cocina (gástate un pastizal en un trendy office del Ikea para que acaben haciendo los deberes en la cocina) desde donde a voces nos va preguntando sus cosas de lengua. Que si comparación, que si hipérbole, y ahí es donde surge la gran pregunta de la tarde. "Decidme una metáfora con un gato y una cuchara". Medio atontada en el sofá del salón, mi cabeza empieza a darle vueltas al gato y a la cuchara. Una metáfora, hasta donde yo recuerdo, es una comparación sin nexo. pero ya no recuerdo cómo se hacía. Cojo el móvil y busco en el chrome, ejemplos de metáforas

Tus ojos son dos luceros. 

Mi gato es una cuchara. La cuchara es un gato. WTF. Pienso en el gato y en el lugar en el que puedo encajarle una cuchara. Mae mía, ni al que aso la manteca. Pienso en las circunstancias que llevan a un ser a concebir semejante enunciado de un ejercicio. Venga, en serio. 
- Nena, ¿te vale lo de "quiero ser el gato que lama tu cuchara"?
- Pero ¿cómo va a poner eso?
- Dime tú alguna, listo.
- Mi gato tiene cola de cuchara.
- ¿Y cómo es una cola en forma de cuchara?
- Pues con la punta más ancha y aplastada.
- O sea que tu gato es un castor.
- mejor dicho, un ornitorrinco. 
- Me quedo con lo de "quiero ser el gato que lama tu cuchara". Nena, ponlo.
-¡Mamá!
- Eso no lo puede poner.
- A ver y esto. Se comió el bizcocho de la forma en la que un gato lame una cuchara... Mierda, esta tampoco vale, que es una comparación... Pon lo de la cola en forma de cuchara.

PD: Sí, claro que lo busqué en internet. Y ¡ô sorpresa! Hay en google 81.400 resultados sobre la metáfora del gato y de la cuchara. Pero ninguna respuesta parafraseable. Hay que joderse. Que está en Primero de la ESO, no haciendo un máster en estudios hispánicos. Deseandico estoy de que llegue la niña hoy para preguntarle cuál ha sido la solución de la seño. Que espero que tenga una y convincente y no copiada del rincón del vago. Porque si no vamos a solicitar una entrevista para saber el propósito de la metáfora. Que la dichosa metáfora me ha costado  una siesta y dos entradas del blog. 

Que pasen un buen día. 


lunes, 15 de octubre de 2018

La metáfora del gato y de la cuchara I

Sí. 

En un mundo paralelo al de los profes, al otro lado del espejo, está el mundo de los creadores de libros de texto. Y sabedores de que detentan la llave para destruir nuestro universo, lo que por ende los hace intocables, de vez en cuando se permiten gastarnos alguna que otra broma. Una frase soltada al azar en una página aleatoria. Un ejercicio inconexo. Algo que incluso a veces pasa desapercibido. Aunque otras veces no.

Siempre que me dejan a mí, la abuela cebolleta de la asignatura de francés, contar mis historietas, rememoro aquel episodio de los pronombres personales COD. Ay Marie Palomino. Cuántas veces te he nombrado. Clase de 3º de la ESO del 2008, un montón de niños y niñas efervescentes, aquel ejercicio no revestía demasiada dificultad. 

Remplacer le complément d'objet direct par un pronom:
frase 1
frase 2
frase 3
frase 4
Mon lapin mange la pizza. -> Mon lapin la mange.

En plena explicación sobre la pronominalización, traduzco sin prestar mucha atención las frases conforme se corrigen, y en cuanto oigo las primeras risotadas ahogadas, caigo en la cuenta de lo que acabo de decir. Mi conejo come la pizza. Mi conejo la come. 

Sí. En un segundo, había perdido la pronominalización y a los niños para siempre. Gracias, Marie Palomino, por esas risas que nos echamos, y porque por más que me matara viva explicando y contando y desgranando todo lo que sabía de Francia y de la bella lengua gala, aquellos alumnos se acordarían siempre de mí porque mi conejo comía pizza. 


domingo, 14 de octubre de 2018

Onírico


Micropensamientos de la mañana de un jueves prepuente

♩♫♪♬Yo no me llamo Javier Yo no me llamo Javier ♩♫♪♬ 
 ¡¡Ahí va la leche si esta canción me suena, si yo la escuchaba en el reservado del Roque!! ¿Rock Fm? ¡No! ¡Qué va! ¡Si es Sí FM!♩♫♪♬Deja ya de joder Yo no me llamo Javier Yo no me llamo Javier Deja ya de joder♩♫♪♬ Aunque la recordaba más movidita, más roquera, el Javier ese parece que está empanao. En fin. Eso sí era música y no la mierda que ponen ahora en la Gozadera.

Crisis del virus finalizada después de mantenernos secuestrados cinco días. La próxima vez que tengáis una crisis existencial, recordad que hay un puto virus cuyo único propósito vital es el de provocar diarrea.

De los creadores almerienses de la semana de puente de la Inmaculada en el 2016, (nueve días de puente escolar, sí, quince días antes de Navidad, sí, del 3 al 11 de diciembre, y los padres trabajadores muy felices, también) vienen los días extraordinarios temporada 18/19 de los maestros, como hoy 11 de octubre, donde sólo los maestros hacen puente. Ffff...

Desde que peso 58 kilos y tengo abdominales, me he dado cuenta de que me cuesta reír y que el ingenio que me gastaba ya no me sale tan naturalmente. Una de dos, o ya no necesito hacerme la graciosa, o existe una correlación directa entre la ingesta de hidratos de carbono y el fino arte del humor y de la ironía. 

Puente o no puente, el jueves sigue siendo mi peor día de la semana y hasta las 3 de la tarde no habrá nada que lo mejore.

sábado, 6 de octubre de 2018

Extraordinario

¿Qué es lo que sucede una vez al año??? (Yo con emoción anoche)

Las Perseidas, no te jode...

Nooooops! Una vez al año, me dejan una noche para mí sola. (Yo de nuevo ilusionada anoche

Yes!!! Y ahora mismo, estoy absolutamente tipsy!! Que lo de tipsy es un eufemismo que aprendí en Irlanda cuando alardeaban de estar tipsy después de haberse tomado tres pintas de cerveza de lata  tibias antes de las siete de la tarde, en plena calle.  (Yo completamente borracha después de un tercio y una copa de vino)

(Y hasta aquí lo único que conseguí escribir en toda la noche)


Hoy, al levantarme a las 8:30 he recordado en lo que gasté mi noche a solas y tengo un cabreo encima.
No, no salí, que podría haberlo hecho y haberme pegado una gran juerga y haber vuelto a la hora que me hubiese dado la gana y despertarme a las tantas. Ja ja ja. Estoy de broma. No quiero imaginar los titulares en la Voz del Barrio al día siguiente.

U organizar una soirée gourmet in my house, invitar a unas mamis igual de desesperadas que yo por tener un ratito a solas y habernos puesto finas a base de vino y queso. Pero no, tampoco hubo soirée. Esas cosas como no se cree el grupo de Whatsapp consiguiente con al menos un trimestre de antelación y se dispensen las autorizaciones pertinentes a las familias, así, contando con sólo 48 horas para organizarlo, improvisando y a lo loco, no es factible.

Buueeno, podría haber pedido un combo sushi de luxe y un trozo de cheese cake y haber visto unos cuantos clásicos de esos que sólo me gustan a mí.

Pero tampoco.

En su lugar, un resto de guacamole, una ensalada con beicon, nueces y pasas, y queso. Y nada de pelis, no. Cuatro capítulos seguidos de la última serie para adolescentes de Netflix, e incluso del entusiasmo y de la emoción, me he parado a darle a "me gusta". Y ni siquiera un chupito de tequila. No. En su lugar, la he emprendido a cucharillazos con el bote de virutas de chocolate que mi mayor echa al yogur. Hasta que me ha entrado el sueño y me he ido a la cama antes de la 1. Así he pasado mi noche sola. Extraordinario. Sí. Podéis llamarme patética.

En fin.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Un martes cualquiera

-que fue cuando empecé a escribir esto, y ya estamos a miércoles. Y mañana jueves. Sin duda mi peor día de la semana. Tres horas seguidas con mis terroristas es lo que tiene.

Los he contado. Para saber cuánto tiempo va a durar mi suplicio y poder organizarme. Me quedan 32 martes y miércoles por delante. "32 no son tantos", escribió mientras su cara se inundaba de lágrimas.

Planear las comidas para que sean sanas y equilibradas, coeducación, llamar al comedor para decir que la niña hoy tampoco va a ir, ir al Mercadona, redactar las actas del departamento y de la coordinación de área y subirlas al séneca, las clases, que un niño te llame loca y echarle paciencia, seguir dando clase con normalidad, volver a casa, asar el filete de hígado, comerlo, fregar los platos, corregir la pruebas de nivel, programar las unidades, consultar manuales sobre la doma de niños de doce años, ir un ratito al gimnasio para relajar tensiones, pensar en los disfraces de Halloween, hacer la lista de lo del finde en la sierra, cambiar la programación y mandarla para lo del currículo integrado de las lenguas, escribir al tío de los vídeos para decirle que este año no habrá vídeos- 

Y eso de que conforme los niños van creciendo te van necesitando menos es un fraude. ¡Bullshit!  No os vayáis a embarcar en esto pensando que es cuestión de unos diez años. Desde que me levanto hasta que me acuesto, todo gira en torno a esas dos encantadoras criaturas y sus requerimientos. No soy sólo la madre, soy la moza, la chica de los recados, la peluquera, la chófer, la cocinera, la criada, la camarera, la lavaplatos, la dietista, la consejera, la educadora, la protectora, la que levanta, la que acuesta, la que elige la ropa, la que la plancha, la que escucha, la que acompaña, la que regaña, la que sube y baja a por las cosas que se olvidan, la que decide, la que dirime, la que dice que de acuerdo, la que dice categóricamente no y la que dice basta. La que lee los cuentos de terror en las noches de octubre. 

Y mi mal humor no sería tal si al volver de todo, pensando en esa media hora en la que por fin sentarme en el sofá a no hacer nada, me he acordado de pronto de que tenía que hacer las lentejas de mañana.

Pos ya está. Que Cervantes no habría escrito una mierda de haber sido mamá y trabajadora. Voy a ver cinco minutos de algún programa de asesinatos antes de quedarme sopa. Hala.

lunes, 1 de octubre de 2018

Baudelaire

Si fue porque el Candy Crush me tuvo secuestrada, si fueron las fluctuaciones de mi peso o los cambios drásticos experimentados en este período, nadie sabrá nunca con exactitud por qué un día enmudecí y dejé de escribir. Sin embargo, eso no quiere decir que durante los tres años de mi silencio, no ocurrieron cosas, cienes y cienes, algunas olvidadas para siempre, y otras que me gustaría recordar.

Lo único que me llevó a embarcarme en un crucero fue ver con mis propios ojos las ruinas de Pompeya. De la misma manera, me hice la promesa hace décadas de que la próxima vez que viajara a París, visitaría su tumba. Yo soy así de dramática y de peliculera. 

Fue antes del almuerzo. Estaba nublo. La tropa nos despedimos a las puertas del Panthéon y yo emprendí la marcha hacia el cementerio de Montparnasse. Disponía de un par  de horas para encontrarlo. De haber tenido roaming, supongo que no me habría puesto nerviosa. Pero no contaba ni con gps ni con internet y sí con mi épico sentido de la desorientación y la fotocopia de un mapa. Así que mientras andaba a paso rápido, notaba el corazón batir muy fuerte porque era de esas dos o tres cosas que había deseado hacer desde siempre y si a la hora y media de mi búqueda, no lo encontraba, habría de volver con las manos vacías y el corazón partío. 

Siempre había creído hasta hace unos años, cuando les pedí a mis hermanos que buscaran su tumba y no la encontraron, que estaba enterrado en el cementerio del Père Lachaise. Pero no. Su cuerpo está enterrado en el cementerio de Montparnasse. No sé cómo lo hice sin perderme, de hecho, tuve la tentación en un par de ocasiones de darme por vencida y volver. ¿Sabéis lo que es ir andando y no reconocer ni un solo nombre de calle?? Pero seguí adelante y luego crucé dos calles y me encontré con un recinto recubierto de hiedra por fuera en una calle vulgar, todo alrededor del cementerio, al menos por la entrada que yo tomé era vulgar. Nada daba a entender que ahí estaba él. Es que no creo siquiera que esa fuera la entrada principal, sino una lateral, casi de servicio. Pero me daba igual, estaba por fin dentro del cementerio, un poco más cerca de su tumba. Claro. No sé cómo no me eché a llorar. Ahí, delante de mí, tenía un laberinto de alamedas y de tumbas apiñadas. Se me cayó el alma a los pies. El reloj seguía con su tictac, y encontrar su tumba me sería tan fácil como encontrar una aguja en un pajar. 

No sé cómo fue. No sé cómo lo logré. Si había indicaciones o lo tenía puesto en el mapa. Sé que lo conseguí y que de pronto estaba ahí a mis pies. Y ya había visto fotos de su tumba, pero pasa tan desapercibida en la maraña de sepulturas, es tan insignificante, y no entiendo por qué el mayor poeta de todos los tiempos no tiene un mausoleo del tamaño de un castillo dedicado a él solo. Dos personas se encontraban allí, admirando su tumba, vanagloriándose por su hallazgo, igual que lo habría hecho yo de haber ido acompañada. Esperé pacientemente a que se echaran las fotos preceptivas y poder estar a solas con él. Recuerdo que me senté  y supongo que le estuve hablando de lo que me había llevado hasta ahí. Fueron minutos, sólo minutos. Aún hoy me queda el sabor amargo del pesar al pensar que no volveré a su tumba, a estar cerca de él por un rato y hablarle y contarle lo que él me hizo. 

Así que creo que algún día, tranquilamente, volveré.