(5:15 de la mañana)
- ¿Qué hora es?
- Las 5 y cuarto.
Mi marido se desliza de la cama y lo oigo que se va para la planta de abajo. Y es cuando empiezo la cuenta atrás para que vuelva a subir. Y pasan los minutos y no sube. Así que me decido a bajar porque a veces le dan ataques sonámbulos y si hay algo imprevisible en esta vida eso es un ataque sonámbulo. Falsa alarma. Es la alergia. Subo un poco más tranquila y es cuando empieza el concierto de portazos de armarios en la cocina. Anoche no me dio tiempo a guardar los platos de la cena y es el momento que ha elegido para hacerlo. Estoy literalmente haciendo la ola en la cama. Pero la culpa es mía. ¿Qué me queda? ¿Una hora?
(6:45 de la mañana)
Y justo cuando iba a lograr tener precisamente ese sueño fantástico y reparador (no sabéis cómo son mis sueños), toca el despertador. Si alguna vez me vuelvo sadomasoquista, nada de 50 sombras de Grey. A mí lo que me pone de verdad es madrugar. A cien. Mmmm. Bajemos a desayunar. El único aliciente que hay para madrugar. Comer. Y debo andar al ralentí porque nunca un cuarto de hora se me pasó tan deprisa. Ámonos para el pueblo.
(7:20 de la mañana)
Ya está. Comprobado. Ya soy española. Voy a llegar un cuarto de hora tarde a una cita. Bien por mí. A estas horas el cielo nublado color gris perla parece la sábana de un teatro de sombras chinas y el sol una luz tenue de colores anaranjados y rosáceos que se va deslizando por detrás. Es tan precioso. Aaaarggghh, pero no puedes pararte, no hay tiempo para una foto Instagram, que llegas un cuarto de hora tarde!!!!
(8:15 de la mañana)
HO-LA. No hay nadie. Me dispongo a dedicarle una diatriba twittera demoledora al Servicio Andaluz de Salud cuando mi dispositivo es salvajemente atacado por ondas intrigantes que reducen mi capacidad para navegar por la web a prácticamente cero Mg/h mientras veo cómo mi madre a mi lado comparte alegremente una cantidad importante de imagénes en su muro del facebook.
¿Casualidad?
No lo creo.
(8:40 de la mañana)
Una vez entregado el paciente en las condiciones estipuladas nos disponemos a desayunar (again) y a cumplir con la última voluntad del paciente. Ir a hacienda para pedir cita para hacer la declaración. Porque en el año que corre no existen los teléfonos, internet ha sido secuestrado y las enfermeras se pasean todas con un magnífico dietario 2014 bajo el brazo.
(9:15 de la mañana)
Lo único que distingue de verdad a un hombre de una mujer es el momento "tengo que coger el coche para ir a algún sitio pero antes tengo que prever cada uno de los pasos que voy a dar con esa máquina, dónde la dejaré, si encontraré sitio y si tendré facilidad para hacerlo, y hasta no estar plenamente segura de que tengo controlado cada ínfimo tramo que tenga que realizar con ese cacharro, no cogeré el coche para nada. Y por ello, en cuestión de segundos, mi madre y yo echamos a correr detrás del minibús urbano que acababa de pasar por delante de nosotras y que nos parecía el fruto de un milagro.
(9:20 de la mañana)
- No hacía falta correr mujer, si os hemos visto venir.
- Gracias. ¿Este autobús pasa por el centro?
- Sí, os deja enfrente del cine.
- Es que vamos a Hacienda.
- Pues entonces Cristóbal, tienes que dejarlas en el parque de las dos cabezas.
- ¿Dónde está el parque ese?
- El que hay enfrente de la gasolinera.
- Claro, pero yo no conozco ese parque.
- Es que antes lo llamaban así porque ahí había dos cabezas.
El microbús urbano va recogiendo a señoras armadas de carritos de la compra que aguardan en paradas inexistentes a que llegue Cristóbal. Ni siquiera levantan la mano que Cristóbal ya sabe lo que tiene que hacer. Tiene como reposabrazos una magnífica cajita de madera color miel con dos cajones de los que extrae billetes y monedas con los que devuelve el cambio sin importarle que la vuelta de un billete de 1€ sea de 9 ó de 49 euros a las señoras a las que saluda cordialmente por su nombre. "Jerónima, ¿le ha dado al botón del semáforo para que se ponga en verde?" pregunta amablemente a una señora que acaba de cruzar tranquilamente la carretera de entrada al pueblo y con el semáforo en verde. "Si no funciona!!" "Ya sí funciona, hay que tener cuidado con esas cosas Jerónima". Las señoras usuarias del microbús se conocen todas entre sí. "María ¿dónde vas?" "A echarme un marío!" Risas generales. El viaje nos parece durar lo que un tour turístico por Madrid y cuando pensamos haber pasado por cada uno de los barrios de la villa, Cristóbal se detiene por fin enfrente de la gasolinera y nos bajamos no sin antes oír sus recomendaciones para el viaje de vuelta.
(9:35 de la mañana)
No me gusta Hacienda. Lo admito. Y menos desde que le ha dado a Montoro por perseguir a los únicos que hacen sus declaraciones legalmente: funcionarios y jubilados. Es largo de contar. Y espeluznante. Mientras, se siguen dando becas de 6000€ a niños de empresarios que siguen paseándose en cochazos y viviendo a tutiplén. Y aunque mi padre los defienda, creo que hay que ser profundamente mezquino, usurero, maquiavélico y mala persona para trabajar en Hacienda. Ya está. Ya lo he dicho. Pero de todos modos siempre es divertido pasar por un detector de metales.
(9:40 de la mañana)
Cristóbal no pasa hasta dentro de una hora. Hace fresco. Supongo que porque sólo son las 9:40 de la mañana. Volvamos pues al hospital, pero esta vez en el coche de San Fernando.
(10: 20 de la mañana)
Ya estamos de vuelta. Y es cuando nos enteramos de que todos los acompañantes de todos los futuros operandi están acompañando amorosamente a sus pacientes respectivos menos mi madre y yo. Y ahí está mi pobre padre, adoptado por la familia de uno de los pacientes ya operados mientras su mala mujer y su mala hija estaban haciendo turismo por la Villa. Pero no parece estar desolado por nuestra ausencia sino que está haciendo lo que más le gusta que es hablar con gente. Y es cuando me percato que el hijo de la amable señora que está hablando con mi padre ha estado a punto de ser el blanco de mira de unos de mis tweets incendiarios. No se me da mal criticar con fina ironía. Y ahora resulta que no sólo su madre es un sol sino que el "#muchachoquehaestadoapuntodesufrirunataquetwitteroferozpormiparte" también lo es. No sólo eso, sino que resulta que esa maravillosa familia es de Olula del Río y que han sido durante muchos años vecinos de una pareja de compañeros míos.
(Y así transcurrió la primera parte del día en que me salté el cole para acompañar a mi padre a su operación de cataratas).