¿Veinte años? ¿Es posible que me lo leyera hace veinte años? Y aún los recuerdo a los dos muchas veces, con añoranza, los recuerdo literalmente en los donaires y afectaciones de algunas gentes que intentan imitarlos descaradamente sin conseguir el engaño y me resulta tan divertido. Sé que me tuvo que gustar aquella lectura, nadie recuerda nada veinte años después si no es para bien, o claro, para mal. Pero no. Aquí estoy segura. Por la sonrisa que se dibuja en la comisura de la boca.
Y mira, ya que estoy, aprovecharé mi viaje de mañana a mis antiguos libros para traérmelo a casa y volver a leérmelo siempre con el temor de que veinte años después hayamos cambiado él y yo y que los buenos recuerdos que guardábamos el uno del otro se difuminen y pierdan para siempre jamás. Y no vuelva a haber sonrisa. ¿Y si no es así? Siempre con el temor de que todo vaya a salir mal cuando cabe la probabilidad de lo opuesto y si algo ha de perderse habrá sido pura quimera.
Pues no puedo más que recordar a Belarmino y Apolonio cuando lo leo, con ese lenguaje suyo extemporáneo surgiendo de no se sabe bien qué época fuera de este mundo donde habría sido sin lugar a dudas noble caballero y yo patán. Hubo una vez en que alguien que conozco bien y a quien quiero aunque no entiendo siempre también manejaba vocablos que sonaban tan raros como los suyos pero en un espacio diferente y en un tiempo que hélas ya no volverá.
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