La espiral había empezado. Nada ni nadie habría sido capaz de vaticinar el inicio. Ella tampoco, simplemente sabía que ocurriría pero no cuándo ni cuál sería el detonante. El detonante en esta ocasión había sido una simple pregunta y la maquinaria se había puesto en marcha. Ahora lo destruiría todo.
Porque nada bueno puede nacer de la putrez. A veces el miembro está tan gangrenado que hay que sacrificar al animal. No hay más remedio. Para que de sus cenizas pueda nacer algo bueno. Entre lo poquito que había quedado yacían unos cuantos vástagos agonizantes, vestigios de una época ahora acabada y por los que poco a poco el sentimiento de añoranza había dado paso a un sentimiento de asco pues a la vista estaba que habían quedado irremediablemente contaminados, sin oponer resistencia alguna, del mismo veneno pestilente que había podrido el resto.
No le preocupaba demasiado. Sabía que tarde o temprano llegaría ese momento. Ahora bien, debía hallar la manera de devolver todo lo recibido.
Una vez más la misma historia. Una pizca de decepción tal vez. Ella, en medio de las madres, charlando y tomándose una infusión mientras mantenían un ojo vigilante sobre sus querubines que saltaban en la colchoneta ajenos a todo, ¿quién iba a imaginar que ahí sentada estaba la kamikaze?
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