Ante una situación de intenso estrés, pongamos por ejemplo organizar una primera comunión, sólo tiene cabida una actitud: centrarse en los dos o tres aspectos principales, minimizando así el impacto que puedan provocar los demás detalles, como por ejemplo
que la chica que ayer tomó nota de cómo queríamos la tarta se olvide de comunicárselo a su jefa por ahora invisible y que al final no haya tarta, ¡no pasa nada!
Que al final se extravíe el papel donde la encargada de la Dulce Alianza ha apuntado mi pedido de dos kilos de peladillas rosas y blancas y que tendrían que llegar como muy pronto en quince días tal vez unos pocos más desde Barcelona, papel que ha metido en el cajón de sastre de los catálogos sin más, ¡no pasa nada!
Que el vestido de la niña que la chica de la lavandería ha insistido en quedarse para que no se arrugue antes de la ceremonia sea confundido, perdido, robado, desvanecido, por una simple regla de Murphy de las lavanderías o que ese día la lavandería no abra debido a una catástrofe natural y al final nos quedemos sin vestido, ¡no pasa nada!
Que a la Leo se le olvide llamarnos a la hora H del día en cuestión para hacerle los rizos a la niña o que llame tarde o que lleguemos justo antes de que empiece la ceremonia, con ataque de nervios y sin maquillaje incluido, ¡no pasa nada!
Y eso sólo son los detalles de esta semana. Existen tantas variables, tantas situaciones catastróficas imaginables como horas faltan para la ceremonia. Incluso para después. Pero lo llevo todo súper bien. Además el otro día me compré unos zapatos color nude fa-bu-lo-sos y ya me he quitado la mitad de las preocupaciones de encima. Yo, ¿estresarme? ¿Cuándo?
¡Feliz día a todos!
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