Por regla general, del pueblo las pocas noticias reseñables que nos llegaban era el parte necrológico, los nacimientos varios y algún que otro caso notorio de adulterio. Nada que diera lugar a presagiar lo que ocurriría en el puente de la Inmaculada del año 20**. Porque admitamos que en los pueblos poco o nada pasa casi nunca.
Las noticias llegaron confusas y a trompicones, como suelen llegar hoy en día, vía Whatsapp, a golpes de mensajes cortos a cual más perturbador y surrealista, cuando una apenas había conectado los datos del móvil tras la pesada semanal en el gym. El hijo de la tía estaba muy mal, en el hospital ,víctima de una paliza o es que acababa de ingresar en la cárcel a expensas del juicio que iban a celebrar esa misma tarde. La paliza se la habían propinado **** y **** cuyo nombre por motivos obvios no desvelaré, ni tampoco el de los demás actores de esta tragedia kafkiana. Treinta cabras, no veinte como algunos habían asegurado, treinta cabras habían sido las que había ahorcado mientras practicaba con ellas una perversa asfixia erótica. Llevaba desde el verano penetrando en el establo ataviado con un mono naranja y una cuerda para perpetrar aquella abominación. Un hombre coqueto, físicamente atractivo, que siempre había gozado de la simpatía de muchas mujeres. Harto de encontrarse con cadáveres de animales, el dueño de las víctimas caprinas había acabado poniendo una cámara de seguridad en el establo y esa noche, cuando descubrió el pastel, junto con un amigo, le propinaron tal paliza que al terminar, no les quedó otra que llamar a urgencias para que se hicieran cargo. En las horas en las que ya se había consumado la tragedia, por el pueblo la noticia corrió como la pólvora. Había quien decía que las cabras no habían muerto de hipoxifilia sino que lo que hizo sospechar al cabrero de que algo ocurría era que todas las cabras habían abortado. Hubo otros que aseguraron que se trataba de una emboscada, de una historia inventada en venganza por unas viejas rencillas entre los dos hombres. Muchos desearon en voz alta que al salir del calabozo el hijo de la tía no volviera al pueblo y los allegados, avergonzados y callados, no se podían creer que aquello estuviera realmente ocurriendo. Ahora bien, todos sin excepción se preguntaban por los motivos que lo habían llevado a aquella caída al infierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario