No sabría explicar muy bien cómo sucedió aquello. Llevaba dos pujas en danza, una la primera, la de segunda mano, la que tanto me había gustado por ser la primera, el primer capricho, había duplicado el precio el día de antes. Y la segunda ya estaba alcanzando una suma elevada aunque muy por debajo de su precio real. Así que le di a pujar, por eso de ver hasta donde podía darle al tope de las pujas automáticas. El precio seguía estando muy por debajo del que podía alcanzar. No había ningún riesgo en la puja. Me confié. Fue uno de mis actos irreflexivos, impulsivos a tope. Después de jugar un poco con la puja muy por debajo de su precio real, le di a la puja de segunda mano, por eso de que me seguía gustando, lo seguía deseando, le di primero sin mojarme, sabiendo que me quedaba margen. Pujé una vez. Dos veces. Tres veces. Cuatro veces. Es usted el máximo pujador. ¿Cómo?? Sí. Lo es. Y se lo va a llevar por la módica suma de 152,50€. Un artículo de segunda mano. Que hace cinco años costaba 400€. Se lo va a llevar por 152,50€. Menudo chollazo. Y va a hacer al vendedor muy feliz.
Y lo peor del caso es que ya ni siquiera me hace ilusión tenerlo. En fin... Todo muy yo para variar. Me quedan dos días para que alguien me sobrepuje. Cuánta tensión. Qué nervios. Y si no, pues nada. Me la voy a comer con patatas. A veces me cuesta mucho aguantarme y cuando lo logro es a intervalos muy cortos.
Feliz sábado.
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