Coche aparcado en doble fila frente al pabellón de deportes con las luces de emergencia puestas, ventanilla abierta que deja salir las melodías de los 40 Principales, y asiendo fuerte el volante, ahí está sentada la madre, quieta, esperando, con la mirada perdida no se sabe donde. Dos lagrimones corren por sus mejillas. No son dos lagrimones, son dos ríos de lágrimas que no cesan de caer. Y es que es la última sesión de kárate de las niñas con el sensei Pepe. Se ha dado cuenta ahora. Y todo lo que suene a último va a resultar muy duro para la madre. Menos el momento de perder de vista a las zorras, ese le va a importar cojón y medio. Pero, y todo lo demás, ¿qué? ¿Cuánto tiempo va a durar este calvario? Siente pánico hacia las despedidas. Es sólo una fobia más que añadir a la lista actual de fobias. No, si un psiquiatra se haría de oro con ella. Si no fuera por ese terror que siente por los ansiolíticos y es que la gente se queda tocada con las drogas que lo ha visto ella. Y además está lo sentimental que se pone y que nunca supo reprimir las lágrimas. Tanto es así que hace un rato no ha querido asistir a la entrega de diplomas porque sabe perfectamente que habría sido incapaz de reprimir el llanto. Prefiere llorar en el silencio de su asiento amenizado por los 40 Principales. Lo de sentimental le viene de familia. De parte de padre. El sensei Pepe ha sido muy bueno. Esperemos al menos que la despedida no les cause ningún trauma a las niñas. De pronto como un vendaval se llena el coche de voces infantiles. La madre se limpia como puede los ojos. "¡¡Por fin la última clase de kárate!!" "¡Quiero ir al parque!" "¿Y no os ha dado pena???" "¿Pena?" "¡Al menos os habréis despedido como Dios manda!" "Buenoooo, seeeeh..." Entra el padre. "Pero ¿es que no se han despedido de Pepe?" "Buenooo, a su manera..."
Y las lágrimas dejaron de fluir de golpe dando paso a la indignación de tener unas niñas de corazón tan duro. Le habrán salido al padre.
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