martes, 6 de enero de 2015

La fisgona

Tener mucho dinero es no tener que madrugar. 
Ser pobre es madrugar. 
Y mañana habrá que madrugar si nada lo remedia. 

(Voy haciendo apartes porque entre frase y frase ocurre un mundo de reflexión entrecortado por muchos, muchos, muchos suspiros de desesperación)

¿Que qué me ha tocado en el Niño? 
Un correquetecagas y una levita. 
Festivamente. (=efectivamente)

¿Preferís que os engañe diciendo que me encanta madrugar pudiendo quedarme hasta las tantas en la cama? ¿Seriamente?

Luego pienso que van a ser mis últimos seis meses en Macael y que van a transcurrir de forma vertiginosa y me da un noséqué, así, escrito a lo chulo y con dos tildes. Porque después pasaré a formar parte de ese pasado contado, a veces imaginado antes de ser irremediablemente olvidado para siempre. Y creo que después de once años, va a ser raro. En fin. En eso consiste ser adulto. En tomar decisiones importantes.


Y para hacer el trance de la espera más llevadero, porque ni siquiera con las imagencitas de la vuelta al cole de los grupos whatsapp se me quita la desgana, me he puesto hace un rato a fisgonear vidas ajenas por la red. Que no, que soy anti-cotilleo total, que no aguanto a los cotillas ¿por quién me tomáis??? Pues resulta que fisgoneando no soy mala del todo. Y estaba buscando por ahí restos de una historia que me contaron una vez hace mucho tiempo, una historia de obsesión y de celos con mucha truculencia a la par que interesante, pero que no contaré por aquí nunca creo, y ahora resulta que a algun@s les da por borrar pistas y documentos, ¿os lo podéis creer? Lo sé. Es indignante.  En fin... Si está, lo encontraré. 


Ale, pfffff, feliz miañmfff lo que sea mañana grrrrr.... 

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