Al salir de la cochera, me sacudió los sentidos el suave aroma del
azahar. No hay perfume en el mundo que pueda compararse con el azahar.
En Semana Santa, mi pueblo huele a azahar. Es por los bancales de
naranjos y limoneros que lo rodean al otro lado del río Almanzora. Pero
estamos en otoño, mis sentidos debían estar equivocados, y no obstante
el perfume seguía ahí, riéndose de mí con su presencia. Y me dio miedo
de que por culpa de este calor anómalo los árboles engañados hubieran
adelantado su floración, lo cual sería devastador. Y luego me pregunté
si simplemente no era que el aire y la piel de mi pueblo habían quedado impregnados para
siempre jamás de la esencia con la que habían sido untados durante
siglos. Si así era, no me había percatado hasta aquel momento pero me
sentí extrañamente reconfortada por dentro como si aquella dulce
fragancia acabara de darles un caluroso abrazo a mis sentidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario