Salgo del aparcamiento del instituto. La reja se está abriendo. Intuyo que Martín me la ha abierto con su mando cuando se ha acercado a por su bocadillo. Después de comérselo se irán para Sevilla como cada fin de semana. Sonrío. Me gusta la gente amable. La calle ya está desierta de niños. Es viernes. Hemos tardado un poco más de la cuenta en salir. No hay la misma urgencia que otros días por llegar a casa. Hoy se puede saborear que quedan unas cuantas horas más por delante que de costumbre. No tengo prisa. Me paro en la primera rotonda. Nadie a la izquierda. A lo lejos por la derecha viene una furgoneta de las viejas. Me meto. Bajo la cuesta hasta la siguiente rotonda. Paro. Viene un coche. Se mete por mi izquierda. Miro la cara del conductor. Eres tú. Vas conduciendo. No miras hacia mí. Creo que no me has visto siquiera. El coche es distinto al tuyo. Por eso no te he reconocido hasta que no te he tenido cerca. Es marrón oscuro. No me quedo con la marca pero es un monovolumen nuevo. Estás diferente. Tu pelo y tu barba no son los que te he visto hace unas horas. Ni siquiera reconozco la ropa. No vas solo en el coche. Hay una mujer a tu lado. Creo que es morena. Puede que haya niños detrás. Entonces por un segundo mi imaginación me dice que acabo de verte dentro de unos años en una vida completamente distinta a la que tú y yo conocemos. Pienso que lo que he visto es imposible. Pero eras tú, estoy segura. Así que pienso, por qué no.
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