Tarde de sábado de esas en las que no hay mucho que hacer, de las que aprovechan los amantes para refugiarse debajo de las mantas, y los solitarios para pasear su soledad por las calles. Esas tardes que a mí me encantan. Porque en el fondo, lo que a mí me encanta es no tener nada que hacer. Tengo la tele puesta, esperando a que empiece la peli de algún caso verídico, porque en el fondo, esas pelis me encantan. La tengo puesta a media voz, para escuchar a los duendes que han venido de visita y que se han subido al piso de arriba. Corren de un lado a otro sin cesar, a veces uno solo, otras veces todos, haciendo temblar el techo encima de nuestras cabezas y de vez en cuando también paran para hablar y hasta aquí llegan sus cuchicheos, sus cantos y sus risas con esas sus pequeñas y agudas voces de duendes.
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