martes, 9 de octubre de 2012

Una vida de película







Hoy es el cumpleaños de mi padre.
Mi padre es el lector más asiduo y más fiel de este blog como no podía haber sido  de otra manera una vez desvelado el secreto de su confección, y la mitad de las visitas que he recibido siendo suyas, no quería desaprovechar la oportunidad de rendirle un pequeño homenaje.
Y además así el regalo me sale gratis, oigo por allí detrás los comentarios malévolos de mis hermanos y de mi madre. Decirles que estamos siendo investigados por el fisco y que no está la cosa para bromas (es en serio, me siento como la Infanta Cristina!!!). Pero como de costumbre desvarío y me desvío pues este post no va de eso.
Hay tres rasgos fundamentales que caracterizan a la rama de los Capaores.


Uno, el orgullo. Sí, es una realidad palpable que son más guapos, más listos, más simpáticos y más divertidos que la media y el que no lo es es que desgraciadamente no ha salido a la rama Capaora. Pero es necesario ir por la vida tan chulos???, pregunto. Sin embargo, o por ello, combinado con el siguiente da lugar a situaciones explosivas.


Porque, dos, son iracundos. Y hasta que no pilléis a alguno de ellos en toda la efervescencia de su furia, no entenderéis jamás el significado más extremo de la palabra "cólera". Nótese que en las hembras de la especie los ataques de ira alcanzan cotas de dramatismo hispanogriego rayando el delirio.
Y no obstante y tres, pocas veces conoceréis a nadie más entretenido y con más capacidad para sonsacaros una sonrisa, haceros reír a carcajadas y mantener vuestro interés en vilo con sus historias que un Capaor. Es así, un hecho palpable y genético, un rasgo genuinamente heredado del patriarca Juan el Capaor.
Hablemos de sus historias. Yo  misma he crecido escuchando las historias de mi padre sobre su vida. De hecho, cualquiera que haya tratado medianamente con él estará familiarizado con sus vivencias.
Cuando las escucho, la infancia de mi padre se me figura, como diría mi tía Antonia,  una peli en blanco y negro como la de los "quatre cents coups" pero en versión italiana, en uno de aquellos pueblos de miseria polvorienta de la posguerra donde los niños traviesos y terribles se criaban en las calles a base de hacer trastadas y de recibir las consecuentes buenas palizas de sus padres. No me cuesta imaginarme al pequeño José con sus orejas de soplillo liándola parda con su hermano Manolo que al parecer era también una buena pieza, durmiéndose en los portales o controlando a ver a quién su madre echaba más comida de los cuatro hermanos. Era malísimo, siempre imaginando cómo liarla, como aquella vez que llevó a los críos del pueblo al río hasta un avispero que había encontrado e hizo que les picaran a todos, que de los chillidos que pegaban los pobres salió todo el mundo a ver lo que pasaba, y cuando se enteró de lo que había pasado mi abuelo la emprendió a pedradas con el verdugo corriéndolo por las calles del pueblo sin poder atraparlo de cómo corría el condenao. Y de esas historias, a montones. Puro baladre!!
A pesar de ello, que la fe despertara en él un día y decidiera ir a estudiar al seminario de Almería no llegó a sorprendernos nunca. Será porque llevamos toda la vida escuchando que mi padre iba para cura y ya no sabemos muy bien qué fue antes si el hombre o el sacerdote. Que de haber acabado sus estudios de teología, mi padre estaría ahora mismo paseando de rojo por el Vaticano, si no de blanco. (Ya sabéis a quién me refiero). De aquellas vivencias en el seminario, algo cuenta mi padre en el relato que pronto le publicarán, "Retales de una sotana" y que espero que me deje publicar por aquí al menos en parte.


Fue entonces, de repente, porque estas cosas nunca avisan cuando ocurrió la tragedia de la muerte prematura de mi abuelo. Y la comedia se torna tragedia miserable, la de unos huérfanos que deben abandonar su pueblo y su vocación para ayudar a  mi abuela a sacar adelante a mi tío Luis, con una grave minusvalía mental consecuencia de una meningitis padecida a muy temprana edad y que moriría durante la riada del 73, y a sus otros dos hermanos, Manolo y Rosa, casi recién nacida. Bueno, y puesto que este es mi blog, aquí puedo decirlo, no es que mi padre dejara su vocación voluntariamente sino que los buenos prefectos del seminario le invitaron amablemente a que dejara el seminario cuando ya no pudo hacerse cargo de la asignación. Generosidad cristiana le llaman. Pero mi padre nunca guardó rencor.
  
Pero un cumpleaños no es motivo para tristezas, que tiempo siempre habrá para ello y de repente volvemos a estar en una película en blanco y negro, pero esta vez ya no va de niños sino que el escenario ha cambiado radicalmente y estamos ahora en Francia, en el enorme Lyon, entre una generación de jóvenes obreros, muchos inmigrantes o "pieds noirs", atrapados en la década de los 60. De hecho, siempre he pensado que mi padre se daba un aire a Jean Paul Belmondo, como en "À bout de souffle" y me lo imagino a él y a sus amigos compaginando su trabajo en la fábrica con las noches en que la juventud comete sus locuras a lo "I vitelloni".
Fue entonces cuando viviendo con mi tía Antonia y mi tío Manolo a muchos, muchísimos kilómetros de su tierra y de su gente, el destino decidió cebarse un poquito más con mi padre y este se cortó parte de los dedos de ambas manos en una máquina. Y de nuevo la tragedia, la peli sigue siendo en blanco y negro pero esta vez va de la dura vida de los inmigrantes del Sur atrapados en el mundo industrial del Norte lejos de su hogar. Pero no se trata de una denuncia social, no para mi padre que recuerda todavía cómo las monjas lo trataban con más cariño que a los demás después de contarles su pasado como seminarista. Por duro que le golpeara la vida, mi padre nunca jamás se dio por vencido. A pesar de los golpes, siguió mirando pa'lante, siempre pa´lante. Tendríais que oírles a los dos a mi tía y a él recordar aquellos tiempos, las risas, el cariño, lo bueno por encima de lo malo siempre. Que otro se habría rendido y refugiado en el rencor y la amargura alejado de un mundo que no parecía tenerle demasiado aprecio, y con razón. Pero mi padre nunca. Y eso es una gran victoria, al alcance de muy pocos.


Y la vida siguió su curso. Y mi padre, como si de otra película esta vez histórica se tratara, también vivió mayo del 68, vio a los Rolling y a los Beattles en concierto, conoció a Santiago Carrillo y a la Pasionaria, cantó la Internacional sin dejar de tener sus propias convicciones, y allá donde ha ido ha cosechado amigos de todas las clases y condiciones. Y por todo ello y por mucho más, mi padre y su vida me fascinan.
En mi cabeza, la vida de mi padre empieza a colorearse cuando se mezcla con las fotos de mi madre, guapísima, con su pelo negro larguísimo, llegando de Argentina  en un barco para casarse con él.


Pero esta es otra película.
Espero que esto te guste,
FELICIDADES PAPÁ, TE QUEREMOS!!!

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