martes, 20 de noviembre de 2018

Martes con sabor a jueves

Mal vamos cuando se tiene cuerpo de jueves un martes.

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Y ahí estaba ella, en primera fila, adelantada a todas las demás, contemplando su reflejo a la vera del monitor de gym, marcando su posición de number one sobre las otras, en su lucha eterna contra los kilos. No es que marcara siempre su territorio, sino sólo cuando los focos requerían de la presencia de alguien. Esa primera plaza en la clase de fitbodyweighcontrol se la había ganado a pulso, a base de encargar tartas de fondant y muñecas fofuchas a lo largo de los años. El pasado 27 de octubre, el dueño del gym incluso le había dado las gracias en el Facebook a "ELLA", tan fabulosa, antes que a su propia mujer por el magnífico vídeo conmemorativo que le había regalado para su 37avo cumpleaños. Con la tarta preceptiva. Ahí estaba ella, la number one, sabiéndose importante, radiante por la sudaera que estaba pasando al lado del profe de gym que les estaba dando una caña del copón (me pareció ver la huida al cuarto de baño de un par de estas damas), ella, la siempre elegida delegada de padres, la miembra excelsa del consejo escolar, la supervisora de puestas de banda y festejos varios.
Y yo desde la primera planta, dándole duro a la elíptica, contemplando el espectáculo de mi delegada de padres, la que nunca me ha visto ni me ha mirado ni me ha saludado, preguntándome si imagina la curiosidad antropológica que despierta en mí.


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- ¡Qué guapa vienes hoy!
Acostumbrada que están tod@s a verme en falda.
- Es que voy depilada, y mientras dure. (sonrío)
Y por ese glamour que despido es por lo que nunca me dejarán dar saltitos en primera fila junto al monitor de gym de la clase de bodybuildingweighpaintetc...

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Se la he hecho y me he quedado en la gloria. Porque esta vez no me he cabreado. Ni me he sublevado. Ni me he puesto a perseguir su coche como una posesa con sed de venganza como el camionero del Diablo sobre ruedas. Ni me he puesto a proferir insultos en arameo en el coche hasta desgañitarme la garganta, de esos que te cambian el color de la cara y la voz, como si fuera la reencarnación de la niña del exorcista. No. He bajado elegantemente la ventanilla del coche y he asomado mi dedo medio, mayor, de corazón o cordial, aunque a mí me gusta llamarlo dedo sacro. Para que lo viera claramente, que lo ha visto, y a continuación, cuando ha pasado junto a mí, he esbozado una sonrisa entrañable. Porque ese simple gesto significaba tanto. Ahí la llevas, bonito.
Últimamente ya no me relaja tanto conducir. Y no es por mí. Si yo voy muy tranquila, a cien kilómetros por hora en la autovía, voy bien, prudente, sin necesidad de ir cagando leches. Tomando en cuenta que mi coche tiene ya dieciséis años, no me voy a poner a hacer el fitipaldis a riesgo de que implosione y me deje tirada en medio de la calzada. No invertí 600€ este verano en arreglarle el cacharro del aire acondicionado (más de lo que vale el coche, como se cachondeó el mecánico que lo intervino) para cargármelo ahora. Ahora bien, cómo me cargan todos esos gilipollas que circulan a la misma hora que yo. Y cada vez son más y más insistentes. Ya ni intentan disimularlo. Como el tonto este del Mercedes que por sus santos cojones tenía yo que tirarme a la cuneta para dejarlo pasar. Me he pasado por ahí tus cambios de luces y tus pitazos y la peineta, te la has tragado tú, imbécil.


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Don señor del Mercadona, por favor, no retire nunca la sopa de mijo, por mucho aspecto a cagarruta que tenga. Sabe a sopa de miso y me ha gustado.
Ni tampoco la crema de espárragos fresca.
A sus pies.


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Las cadenas principales echando todas programas sobre Franco no sé con qué fin, que tengo yo grabados especiales sobre amebas que han despertado en mí más interés. Menos mal que siempre me quedará la cadena Ten y sus "Descuartizando a mi vecino" "Casos sangrientos del FBI" "Adolescentes criminales", "Asesinos múltiples" etc. Gracias y buenas noches.



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