Son las 6.51 de la mañana, hállome despierta y somnolienta y de madrugada y enfurruñada cuando ya por decreto no me toca, y es que lo de dormir y sudar puestos en este orden concreto es algo que llevo bastante mal a la par que me parece un absurdo despropósito.
Echaremos siesta con Castle.
El niño en el carro tocando la pandereta con alborozo, la misma que le regalaron a su tía la del pandero de segundo premio, lo que viene a ser una pandereta de plata, el abuelo, sentado en la mesa de al lado entre menestra de verduras y rajas de melón, conmovido y animado por el arte táctil del postlactante carialegre, arrancándose por soleares a cantar villancicos de Navidad y así sentados en aquel bar, todos grandes y pequeños pusiéronse a celebrar con alegría y entusiasmo, la ansiada llegada del verano.
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