Y llenaban el silencio de palabras huecas que ya no me decían nada. Una vez las había escuchado como los otros lo hacían ahora. Pero ahora procuraba no escucharlas. Y no por las palabras, que las palabras nunca tuvieron la culpa de que aquellas bocas huecas las cogieran y las manipularan. Las palabras siempre se sometían a quienes las usaban.
Sin embargo, los portadores de palabras huecas, tan huecos como ellas, que ponían voz melosa ahora, habían distorsionado tantas veces la verdad que prefería no escuchar, incapaz como era de todos modos de dejar que la insidia de sus mentiras se metiera en mi cabeza. Puede incluso que de haber prestado un poco de atención a lo que decían me hubiese echado a reír. Ni siquiera la evidencia tendría tintes de verdad.
Yo prefería el silencio a las palabras de los portadores de palabras huecas aunque nunca tuve el valor de gritarles que callaran sus mentiras. Sonreí ante mi patética cobardía. Y mientras seguían hablando, yo me callaba y escribía, escribía mucho sobre los portadores de palabras huecas.
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