Una de cine negro. En blanco e ídem por supuesto. Nunca un color sentó tan bien a un género.
Al cabo de un rato se revela la presencia de un individuo anodino, probablemente haya estado ahí durante todo el tema de cabecera. No hay nada digno de mención en él. Parece encajar absolutamente dentro de los parámetros de la normalidad.
Aunque su porte... su porte da un poco de grima; su andar queriendo adoptar ademanes elegantes está a medio camino entre lo patético y lo ridículo, siempre al borde del tropiezo.
Su rostro. Algo no va bien en el rostro. Es la mirada, es oscura, carece del brillo de las otras, de las francas, de las risueñas, de las que suelen adornar las grandes pantallas.
Y él sabe mejor que nadie que es un ser sin mucho sentido, un mediocre, el antihéroe genuino, perverso, torcido, perfecto, encerrado entre las cuatro paredes de una vida hermética cuya paleta de grises no destiñe, una existencia que ha desistido de los anhelos y sentimientos que les ha visto a los protas de las grandes epopeyas tragicómicas en cinemascope.
En la pantalla que sigue un curso lineal de pronto le sonríe la fatalidad, un momento efímero subgénero indigno de la gran aventura humana que le va a dar algo de sentido a su vida y a su muerte. La muerte aquí es contada, en voz baja, incolora, incluso indolora en algunas ocasiones. La sangre no se derrama nunca en blanco y negro. Tampoco el sexo. Y sin embargo la pantalla destila sexo, sangre y muerte, estos fluyen a borbotones.
Y me dormí. Y soñé. Que realmente Sebastian no murió aquel verano en España sino que siguió usando a su dulce primita Catherine como reclamo. Pero claro, la primita de tanto restregarse contra el indiferente se volvió una amargada y una resentida, y acabó enganchada a la botella. Y que la buena chica sin nombre se excitaba de noche recordando cómo su maridito había matado a la zorra de Rebecca. Y que por fin Morris murió y Catherine pudo volver a disfrutar plenamente de las locas noches de su soltería. Y que Eve acabó sirviendo café aguado en un dinner de la route 66 y haciendo servicios especiales de a 5$ detrás del reservado a quien quisiera escuchar su historia con la gran Margo. Y que Daisy y Tom todavía se meaban al recordar como el tonto de Jay se había sacrificado por amor. Pobrecillo. Soñé... Disculpad los efluvios de una mente febril pero anoche soñé que vivía atrapada en las lianas de una peli de cine negro de serie B.
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