Era la bici más bonita que había visto nunca. Negra con motivos florales color fucsia, seis marchas con cambio automático, una luz delantera blanca y otra trasera roja, ambas led, que se encendían dándole a un interruptor de silicona, incluso el cable de los frenos destacaba por su bonito color rosa chicle. Aquella bici era el sueño de cualquier niña. Y con garantía de por vida.
- Pues no cabe
- ¿Cómo que no cabe?
- Que no cabe
- ¿Teniendo una ranchera y no nos cabe una bici de niña??? Hay gente que se hace cienes y cienes de kilómetros llevándose el piso entero y a toda la familia metidos en un solo coche y nosotros no podemos con una ranchera y una bici de niña!! ¡No me lo explico! … Y si dejamos a las niñas en el mostrador del decathlon, corremos su asiento pa'lante, metemos la bici, la llevamos a casa y luego venimos a por ellas???
- …
- … es que es una bici tan bonita…
Semejante bici para una niña que siempre había ido con ruedines planteaba casi un dilema moral. Porque soltar a la niña era estar seguro al 100% de que al final se caería.
Casco rodilleras coderas guantes pantalón de pana chaqueta recauchutada- sus padres se sentían más seguros ahora.
Se subió a la bici de la niña. Nunca había visto una bici tan bonita. El paseo estaba anormalmente desierto de niños y padres por el airazo que se había levantado a primera hora de la noche. Julio había empezado frío. Anormalmente frío. Se subió a la bici y con el primer desequilibrio y la sangre al cuello recordó por qué no le gustaban las bicis.
Caídas. Decenas de ellas. Ridículas. Como caerse de un poyete que no pollete de unos cuarenta centímetros de alto mientras se está pelando la pava con los chicos del Prado (de Arboleas). O quedarse sentada en el bordillo de la acera mientras la conductora sale disparada, bastante aligerada tras soltar su carga en el salto. Aquella cuesta que llevaba al río, sin frenos y con su hermana sentada en el portaequipaje trasero. A la segunda bajada la tragedia, la bici tropieza, sale volando, ellas salen volando, con la mala suerte de que su hermana cae encima de ella y la arrastra por el lecho seco y lleno de porquería del río. El lado izquierdo de la cara ensangrentado, la Elisa que las ha visto desde el puente sale corriendo a decirle a su padre que se ha cortado la cabeza (verídico). Cuando se caen las costras de la cara queda una cicatriz negra. Sus padres le pagan la cirugía.
La última vez que se subió a una bici, iban todas a Zurgena. Unos 4 ó 5 kilómetros. No supo cambiar de marcha, o estaba estropeada, era una de las bicis que había aparcadas en la carpintería de su abuelo. Así fue, durante todo el trayecto, con una marcha muy corta, la del pedaleo muy rápido para grandes pendientes, todo el rato pedaleando muy corto y muy rápido, cuesta arriba y cuesta abajo. Ridícula. Se quedó pronto atrás. Para variar. El último recuerdo, ya completamente sola, en mitad de un llano, con su pedalear rápido, constante, inútil, cómico, cuando surge el gargajo. No la ve nadie. Lo escupe. Hacia delante. El escupitajo se le vuelve. Le da en toda la cara. Ay. M… de suerte. Se baja, se limpia y se vuelve.
Nunca le gustaron las bicis.
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