Lunes.
Una semana ya. Es increíble el desfase entre el tiempo pasado en mi cabeza y las horas reales transcurridas. Desfase de ubicación el que tengo como patito mareao haciendo y deshaciendo equipaje, yendo de playa en playa, de pueblo en pueblo y tiro porque me toca. Haciendo acopio de momentos y recuerdos.
No me apetece escribir. Hoy estoy aquí y ahora pero ya está. ¿El Señor habrá obrado por fin el milagro tan largamente anhelado? ¿Me habré vuelto de pronto púdica y recelosa de la intimidad de mis experiencias? ¿Habré decidido que lo razonable es hacerme dueña de mi silencio y no ser esclava de mis palabras? ¿Estaré de alguna manera estresada por tener que escribir desde un móvil, con la lenta torpeza de mis dedos, controlando megas y demás chorradas y reeditando un millón de veces? Y no es un problema de teclado, el teclado es estándar, es que simplemente no me gusta, lo odio, y yo detesto practicar bajo estrés actividades lúdico-recreativas de la índole que sea... bueno de casi cualquier índole porque hay algunas a las que lo cierto es que el estrés aporta un je-ne-sais-quoi disconforme bastante divertido. Puede que sea de todo un poco. Soy voluble, no me preocupa.
Leer sí, me apetece muchísimo leer. Aunque este año será diferente porque no me voy a llevar ni a Malaussène ni a Ignatius Reilly. No. Ya. Es una barbaridad lo que voy a decir, pero este año no quiero leerlos. Son fieles amigos de años, me perdonarán. Este verano quiero probar cosas nuevas. Y está ese nombre con el que hace poco me volví a topar. Wallander. Una vez más en pocos meses y nunca he creído en las casualidades. Así que este año toca novela negra sueca. Género negro de nuevo.
Lo cierto es que quiero disfrutar, de mi casa, hermosa, blanca, llena de la luz azul del sur y del aire limpio que corre por sus estancias y que refresca en verano.
No volver a asomarme a aquella choza cochambrosa llena de mugre hasta septiembre.
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