Estaba yo en el puesto de Tomás esta mañana. Hace más de un año que voy a su puesto de frutas y verduras en el mercaíllo que montan los sábados por la mañana a la vuelta de mi calle. Acababa de apartar una pequeña bolsa de présoles y estaba escogiendo los tomates raf, que a una servidora que es muy sibarita en lo que se refiere a comer le gustan con un chorro de aceite de oliva de la Jata y unas cuantas escamas de sal.
No tenía prisa y además había concurrencia a esas horas tardías. Las once de la mañana ya se me hace muy tarde para ir al mercado, acostumbrada a ir por lo usual recién amanecido. Pero hoy es un sábado por la mañana sin prisas ni agobios. Así que hoy no me iba a pelear con ninguna de mis convecinas para ver a quién atendía antes Tomás y estaba echándole un vistazo a la mercancía que es así como de costumbre suelo comprar. A ojo. Me han llamado la atención unos hermosos pomelos de un color amarillo pastel tirando a rosado, cuando de pronto un estruendo ha silenciado a todos los que estábamos allí congregados mientras girábamos al unísono las miradas hacia el lugar de donde procedía el ruido.
- ¡Se ha caído un muro!
- No, ha sido el puesto de los churros- he dicho yo.
- No, ¡que ha sido un muro!- la mujer a mi lado, un poco mayor que yo, rubia de pelo corto y con gafas, tan igual a tantas que no la reconozco, lo repite con un punto de agudo en la voz,
- No, ha sido un puesto de la ropa, allí más allá de las plantas, el viento se lo ha llevado-, esta vez quien opina es un señor de mediana edad y de etnia gitana a mi lado.
Seguíamos sin movernos de allí y a lo lejos observaba cómo la mujer del puesto de los churros luchaba con las patas metálicas del toldo, un toldo recién estrenado además, lo he visto desde la ventana de mi casa cuando me he levantado, con un "CHURRERÍA" que lucía en lo alto, para retirar la tela de encima del puesto sobre el que se había desplomado.
- Ha sido el puesto de la ropa- repite él,
- No, ha sido el de los churros- repito yo.
Y poco a poco bajamos la guardia y dejamos de mirar nuestro punto fijo y la vista se pone a mirar hacia donde dicen los demás y vemos que han sido los dos puestos los que se han derrumbado, que hay gente que va y viene sin prisas, de un lado para otro ayudando a que los dos puestos vuelvan a la normalidad cuanto antes mientras en los demás puestos se afanan en atar firmemente las cuerdas que sujetan los toldos de tela o en quitarlos para evitar que otro golpe de aire se los lleve; una mujer viene de allí y al pasar por detrás de nosotros asegura que podría haber pasado algo pero que al final no ha pasado nada. Y el que se ha dado cuenta de que había sido el puesto de la ropa se pregunta cómo es posible con la buena mañana que había amanecido que el viento se haya levantado de aquella manera. Detrás de nosotros, el viento con sus sacudidas amenaza con abatir sobre nuestras cabezas las ramas más altas de los eucaliptos. El mismo viento que azota día sí día también este lugar, he pensado yo, mientras me encojo dentro de mi anorak para guarecerme.
Y al final me he llevado un pomelo.
¡Feliz sábado!
No hay comentarios:
Publicar un comentario