Pero no todo van a ser penurias.
Y ayer me reí. Y
mucho. Me suelo reír mucho a diario. No es por nada, es por lo de mi
terapia. Pero lo de ayer fue bueno. Ahí estaba, arrinconado en un lado de la pantalla, trajeado, con su acreditación colgando del cuello y gesticulando ante el universo.
No me fijé al principio,
ajena a lo que decían en la noticia. Casi nadie se fija en el
intérprete de signos. Ni yo tampoco. Te fijas cuando no te interesa lo
que te van contando en la pantalla grande, si no estás haciendo mil
otras cosas, te fijas si sólo él o ella aparece en pantalla. Y entonces
te das cuenta de cómo abre la boca mientras sus manos van contando algo.
Su boca también lo cuenta. Los dos órganos están en constante
simbiosis, incluso a veces el uno parece querer quitarle la palabra al
otro, las dos voces se van superponiendo y además corriendo, a la
carrera, contradiciendo lo de que una imagen vale más que mil palabras. Como si el intérprete les estuviera contando otra historia, más
complicada, a aquellos sólo que lo entienden, mientras nosotros, los comunes, lo
miramos boquiabiertos sin enterarnos de nada.
Pero lo
del hombre trajeado con su acreditación del otro día no era lo de
siempre. No abre la boca. Apenas si hace uno o dos gestos por cada
parrafada que sueltan los ahí discursistas. Siempre con semblante
serio. Por cada parrafadas, dos gestos. Dos gestos cuya secuencia se va repitiendo al cabo de un momento. Es por lógica, es un funeral, el de uno de los Hombres de la Historia sí, pero un funeral al fin y al cabo, donde cuesta improvisar.
Y entonces, de pronto, llamada directa indignada de los únicos que están entendiendo lo que dice el trajeado. ¿Esto qué coño es? ¿De dónde habéis sacado a ese fenómeno? ¡¡Y en qué momento!!!
Y entonces te lo vuelves a mirar, al del traje, y parece como si quisiera emular a los Martes y Trece, al tío de la Vara o a Tip y Coll y te ríes.
Y no es por faltarle al respeto a Mandela, Dios me condene al fuego eterno si lo hiciera, pero ¿a quién se le ocurre?
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