Lo confesaré sólo aquí. Fuera de aquí, no admitiré nada de lo que aquí pueda escribir. Y por supuesto que no hablaré sin la presencia de mis abogados.
Pero es cierto. Walter White empezó a darme miedo al final de la segunda temporada de Breaking Bad. Ya no era esa alma cándida a la que todo le sale mal y a la que ya no le queda más remedio que flirtear con el lado oscuro. No. Se vuelve una mala persona. Al contrario que Jesse que sigue disponiendo de cierta ética, dentro de un más que evidente límite. Walter White se va convirtiendo poco a poco en un monstruo, un sádico, una mala persona y un cínico. Más allá de sus circunstancias. Que sorprendentemente mejoran y dejan pronto de ser la excusa que pueda explicar al monstruo.
Y conforme Walter White se hacía malo, perdía el interés por seguir al monstruo. Pero claro. Está el hecho de que independientemente de mi sentimentaloïdismo crónico, se trata de una gran serie. Como antiguamente hacían las películas en Hollywood. Y de la misma manera que fui cinéfila una vez y me lo tragué todo, transformada ahora en teléfila, y después de perderme por x motivos series míticas como Lost o Twin Peaks no puedo pasar otra vez al lado de algo tan grande como esto. O lo veo esta vez o no me quedará otra que mirar para otro lado y callarme para siempre.
Esperemos al menos que nadie me lo spoilee antes.
Vamos a cenar pronto que luego echan la Cúpula. Y tendré que verlo, aunque sólo sea para criticarlo.
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