Cuando lo vio, debía de ser invierno, por contextualizar un poco, le pareció a primera vista un jersey normal y como no lo había visto hasta entonces, supuso que era nuevo. Y normal. Sí. Sin duda era un jersey normal. Muy normal. Normalico. Todo lo normal que podía ser un jersey de lana, de lana de verdad, de la que picaba y se quedaba tiesa al lavar, de un color pálido normal. En definitiva un jersey cuyo único propósito era indudablemente el mismo que el de cualquier otro jersey normal y que no era otro que el de abrigar.
Aquel jersey era muy normal en su esencia y sin embargo a los pocos segundos de verlo sintió unas ganas difícilmente refrenables de quitárselo. Se quedó de súbito perpleja. Cuanto más se fijaba en el jersey, más formas distintas hallaba su imaginación de acercarse y deshacer el hilo poco a poco. No entendía a cuento de qué sentía aquella repentina erotomanía lanar pero el caso es que desde aquel primer momento en que lo vio, cada vez que se ponía el jersey, sentía la necesidad de acurrucarse contra él, de meter la nariz entre sus puntos hasta oler el cuerpo que albergaba dentro, de desnudarlo, de comprobar si el tacto de la piel era cálido al abrigo de la lana, y una vez desnudada, de emprenderla a bocados con ella.
Lo suyo fue tan efímero como platónico y duró lo que tardó en volver la primavera. El invierno siguiente, el jersey se fue para no volver. No volvió a sentir nada por ningún otro jersey. A veces cuando hacía frío, recordaba aquel jersey, y lo buscaba imaginando que lo veía aparecer por algún pasillo y el deseo con él.
Aquel jersey era muy normal en su esencia y sin embargo a los pocos segundos de verlo sintió unas ganas difícilmente refrenables de quitárselo. Se quedó de súbito perpleja. Cuanto más se fijaba en el jersey, más formas distintas hallaba su imaginación de acercarse y deshacer el hilo poco a poco. No entendía a cuento de qué sentía aquella repentina erotomanía lanar pero el caso es que desde aquel primer momento en que lo vio, cada vez que se ponía el jersey, sentía la necesidad de acurrucarse contra él, de meter la nariz entre sus puntos hasta oler el cuerpo que albergaba dentro, de desnudarlo, de comprobar si el tacto de la piel era cálido al abrigo de la lana, y una vez desnudada, de emprenderla a bocados con ella.
Lo suyo fue tan efímero como platónico y duró lo que tardó en volver la primavera. El invierno siguiente, el jersey se fue para no volver. No volvió a sentir nada por ningún otro jersey. A veces cuando hacía frío, recordaba aquel jersey, y lo buscaba imaginando que lo veía aparecer por algún pasillo y el deseo con él.
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