Cada vez oigo menos a la gente cuando me habla. Es que ya ni siquiera los adivino. Es un hecho insignificante.
Hay canciones que sólo se pueden oír así, hasta reventarse los tímpanos. Que sólo se pueden gritar hasta desgarrarse la garganta. Que se desgañitan hasta quedar la voz malherida e inservible. Aunque el daño ya sea irreparable. Que de pronto te saltan una lágrima y entonces las escuchas insanamente una y otra vez, hasta anegarte el cauce de las lágrimas. Hay canciones que sólo se pueden bailar por encima del mundo y que de una cabriola te infundan el valor suficiente para emprender la huida.
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