¿Existe mayor placer que el de tocar? se sorprendía a veces reflexionando. Tal vez el que te toquen pueda ser comparable. O quizás lo realmente placentero sea tener la certeza de que anhelan tocarte. Descubrir la mirada expectante tras la que yace el deseo latente de tocar. Sonreía entonces cómplice de la soberbia y la lujuria que empapaban su pensamiento.
Había días en los que el deseo de ser tocada era difícilmente aguantable. Como aquel día en el que se había recogido el pelo sobre el hombro para dejar deliberadamente al descubierto parte de su espalda que la camiseta que llevaba no tapaba. Sabía que su piel blanca al desnudo la tentaría. Ella se acercó sigilosa por detrás como otras veces y sus dedos la acariciaron tal y como había esperado. Sus omóplatos se contrajeron automáticamente y sus labios se entreabrieron dejando escapar un leve gemido que desvelaba la sensibilidad de aquella piel. Sí, paradojas de la vida, ella, adicta al tacto y su piel tan tímida que se estremecía tan sólo con el roce de un soplo de aire. Se rieron juntas mientras seguía acariciando su espalda, sabiendo las dos que detrás de las risas, su imaginación volaba hasta una cama destapada donde su cuerpo tendido se retorcía bajo las torturas que le infligía con las yemas de sus dedos.
Había días en los que el deseo de ser tocada era difícilmente aguantable. Como aquel día en el que se había recogido el pelo sobre el hombro para dejar deliberadamente al descubierto parte de su espalda que la camiseta que llevaba no tapaba. Sabía que su piel blanca al desnudo la tentaría. Ella se acercó sigilosa por detrás como otras veces y sus dedos la acariciaron tal y como había esperado. Sus omóplatos se contrajeron automáticamente y sus labios se entreabrieron dejando escapar un leve gemido que desvelaba la sensibilidad de aquella piel. Sí, paradojas de la vida, ella, adicta al tacto y su piel tan tímida que se estremecía tan sólo con el roce de un soplo de aire. Se rieron juntas mientras seguía acariciando su espalda, sabiendo las dos que detrás de las risas, su imaginación volaba hasta una cama destapada donde su cuerpo tendido se retorcía bajo las torturas que le infligía con las yemas de sus dedos.
Pero aquello que otrora fuera un juego y ahora un mero paliativo no había saciado su necesidad de ser tocada porque de un tiempo a esta parte, se había vuelto adicta a otra piel.
Había caído bajo su influjo de la forma más estúpida.
Mientras charlaban tranquilamente, había posado su mano sobre su muslo en un gesto repetido mil veces antes. Pero entonces había notado como pasaba por la mirada verde de él la incredulidad y por primera vez en su vida se había arrepentido de haber tocado a alguien.
Y sin darse cuenta, aquella mirada empezó a cuestionar sus creencias, sus pensamientos, sus sueños y sus madrugadas; se preguntaba sin cesar si le había molestado que ella lo tocara, si a alguien le podía molestar algo así o si es que aquella piel nunca había sido tocada. ¿Es que nunca te han tocado? ¿Es que nadie te había acariciado la pierna antes? Necesito saberlo. Me gustan los muslos de los hombres, son fibrosos y duros, pero a la vez tiernos justo ahí en medio, me gusta refugiarme entre las piernas de un hombre, y ese vello que tenéis tan suave, me gusta. ¿Es que nadie se ha refugiado nunca entre tus piernas?
Y de tanto querer saber lo que escondía aquella piel, se obsesionó con ella y se olvidó de todas las demás. Sólo podía pensar en tocarla, en acariciarla, en refugiarse entre sus piernas, en que ella a su vez fuera tocada y acariciada. De tanto pensarla, olvidó incluso el placer de tocar.
Y supo que aquella piel anodina se había convertido en la única piel a la que querría nunca. Y mucho después de que aquella piel fría e indiferente la dejara tras ajarla a fuerza de fingir caricias, nunca se atrevió a volver a tocar a nadie y su piel olvidada se fue consumiendo poco a poco al roce de la brisa.
Había caído bajo su influjo de la forma más estúpida.
Mientras charlaban tranquilamente, había posado su mano sobre su muslo en un gesto repetido mil veces antes. Pero entonces había notado como pasaba por la mirada verde de él la incredulidad y por primera vez en su vida se había arrepentido de haber tocado a alguien.
Y sin darse cuenta, aquella mirada empezó a cuestionar sus creencias, sus pensamientos, sus sueños y sus madrugadas; se preguntaba sin cesar si le había molestado que ella lo tocara, si a alguien le podía molestar algo así o si es que aquella piel nunca había sido tocada. ¿Es que nunca te han tocado? ¿Es que nadie te había acariciado la pierna antes? Necesito saberlo. Me gustan los muslos de los hombres, son fibrosos y duros, pero a la vez tiernos justo ahí en medio, me gusta refugiarme entre las piernas de un hombre, y ese vello que tenéis tan suave, me gusta. ¿Es que nadie se ha refugiado nunca entre tus piernas?
Y de tanto querer saber lo que escondía aquella piel, se obsesionó con ella y se olvidó de todas las demás. Sólo podía pensar en tocarla, en acariciarla, en refugiarse entre sus piernas, en que ella a su vez fuera tocada y acariciada. De tanto pensarla, olvidó incluso el placer de tocar.
Y supo que aquella piel anodina se había convertido en la única piel a la que querría nunca. Y mucho después de que aquella piel fría e indiferente la dejara tras ajarla a fuerza de fingir caricias, nunca se atrevió a volver a tocar a nadie y su piel olvidada se fue consumiendo poco a poco al roce de la brisa.
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