Querido Papá que me sigue leyendo día tras día,
Imagino tu cara de sorpresa y de espanto esta tarde al leer mi última entrada después de muchos días, por su carácter ligeramente erótico al que te tengo tan poco acostumbrado. Y no es que sea mi intención insinuar en ningún momento que Mamá y tú sois de los que se escandalizan con este tipo de lecturas; aún recuerdo aquel "La Bicyclette bleue" que Mamá subía a lo más alto de la biblioteca pensando que así no lo alcanzaríamos, bueno, y te refrezco la memoria por si has olvidado que fuiste tú quien me dejó leer "La faute de l'abbé Mouret".
Todo esto no justifica el soponcio que he sentido hoy por segunda vez al publicar algo de ese estilo pero no tenía más elección que hacerlo. Y hace un momento, reflexionando sobre el porqué, me he acordado de la lagartija otra vez.
Tendría unos trece años. Aquella zagala, alumna como yo del colegio Jeanne d'Arc de Genas Azieu, la había tomado conmigo. Bueno, ¿y quién no? Admitámoslo, no era lo que se dice la más popular. Aún hoy no me explico cómo sobreviví a aquella época la verdad. El caso es que cada vez que me veía me cantaba la canción de inicio de "Zora la rousse", una serie B de adolescentes rebeldes yugoslavos. Sí, soy pelirroja. Es lo único que tenía en común con la prota Zora. Y algo que me parece tan nimio ahora me exasperó hasta tal punto entonces que un día, una de mis "amigas", qué buenas amigas eran, cogió una lagartija y me la tendió para que se la tirara a la coplera. ¿Creéis que me lo pensé dos veces? Ni una vez siquiera. Me acerqué a la que ya me estaba cantando y le dije que o dejaba de llamarme Zora la pelirroja o le tiraba la lagartija. Me dijo que si le tiraba la lagartija, me pegaba un puñetazo. Y fue todo en uno, lanzar la lagartija y asestar el puñetazo. Acabamos las dos en el despacho de la directora Sor Miriam. Aquella noche creo que no te diste cuenta del golpe que llevaba en la sien porque lo intenté ocultar con el pelo y creo que Mamá lo sabía pero que no dijo nada. O puede que sí te dieras cuenta y que se armara la de Dios. Aunque mis recuerdos son difusos ahora.
Pero sigo pensando que hay momentos en que merece la pena tirar una lagartija para que algunos se callen la boca un segundo aunque acto seguido el puñetazo te lo lleves.
¿Tiene sentido? Buuufff...
Buenas noches,
No hay comentarios:
Publicar un comentario