Soy de las que de vez en cuando les gusta torturarse. Forma parte de ese profundo, intenso y pasional amor odio que me profeso. Y como a drástica me gana poca gente, he ideado un nuevo plan de tortura: la dieta de la manzanilla, que consiste en cenar una manzanilla y una naranja. Sí, de acuerdo, el real colegio de los endocrinólogos de este país está preparando ya toda una tesis acerca de los perjuicios de mi dieta. Y sólo tengo una cosa que decir: me toca la "poire" que a mis años alguien todavía tenga la ocurrencia de aconsejarme acerca de lo que puedo o no puedo hacer con mi metabolismo.
El único problema que le veo a esto es que la ausencia de ingesta de los suculentos manjares con los que suelo agasajar a mi prole repercute proporcionalmente sobre mi estado de humor ya proverbialmente iracundo. O como quiero yo pensar, que el hambre me hace soportar con menos facilidad las gilipolleces ajenas y que parecen multiplicarse cuando me pongo a dieta.
Lo cual deriva en que a los ciclos de ovulación y menstruación hay que sumarle ahora el de desnutrición transformando a la que suscribe en un ser en un continuo estado de cabreo.
Gracias a Dios, no tardaré en volver a quererme como Dios manda y como me merezco porque al fin y al cabo, soy un ser absolutamente adorable, y sólo es cuestión de días que abandone esta locura.
Y de todos modos, como me ha ocurrido tantas veces antes, si algo se perdiera en el proceso, doy fe de ello, no sería para nada importante.
Y de todos modos, como me ha ocurrido tantas veces antes, si algo se perdiera en el proceso, doy fe de ello, no sería para nada importante.
Un saludito, :))
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