Íbamos los cinco en el coche por las calles de Saint-Priest, recién llegados la noche anterior allá por el verano de 2005, cuando mi padre repentinamente, he de suponer que por la emoción de reencontrarse con aquel lugar, se saltó inopinadamente y sin querer un pasopiatones (o de cebra) donde un hombre mayor que llevaba puesto un gorro afgano (detalle curioso que ha perdurado en mi memoria a través de los años), le increpó con un alto, claro y seco "¡Connard!".
Y desde entonces, aquel vocablo "connard" ha quedado como un homenaje y una referencia de la amabilidad franchuta, esa palabra que suena tan bien en guiri y que podría aplicarse a casi todo, una de esas palabras que se han transformado con el paso del tiempo en coletilla de la memoria íntima y colectiva familiar.
A la maquinita franchuta que se puso ayer a visitar mi blog compulsivamente subiendo a los altares una entrada un poco sosa, sin ningún motivo en particular, después de obligarme a borrar dicha entrada porque a mí los spams y las maquinitas tienen el complicado don de ponerme de los nervios, sólo me quedaría una cosa por decirle:
CONNARD
No hay comentarios:
Publicar un comentario