Un mar de dudas y de contradicciones, inestable, inconstante, absolutamente inconexa e incomprensible siempre.
Hoy día de la huelga educativa (otra) me he levantado refunfuñando como cada vez que hay una huelga y segura de que esta vez (la buena) me iba a encontrar el instituto vacío de compañeros (los buenos, todos ellos, menos yo) quedando yo como la única esquirol (shame on me).
No me enorgullezco de no haber ido a la huelga una vez más. O menos. Creo que había motivos suficientes como esta nueva ley infumable (llevo tres en quince años) y con una más que probable fecha de caducidad. Y es infumable porque no ha contado con el visto bueno de los únicos que entendemos de Educación que somos los decentes, perdón, los docentes. No cuenta ninguno más, y mucho menos el de los putos políticos que lo único que tendrían que hacer es firmar un pequeño consenso para que durara más de una legislatura. Ninguno más. Y no hace falta decir que quemaría en la misma Hoguera a Iglesia y Nacionalismos en cuanto a Educación se refiere. Que la Educación sea la moneda de cambio para desgobernar es simplemente aberrante. Como todo lo que concierne este país, por otra parte.
Motivos había y de sobra. Pero es que tampoco quiero que los sindicatos de señoritos, una oposición que me provoca arcadas y los medios manipuladores de este país se apunten un tanto conmigo o sin mí ni que crean que cuentan con mi aprobación (en absolutamente nada) pues son una parte muy muy grandísima del problema que hoy en día tenemos en educación y en todo en este país.
Quiero ser marea pero no me siento parte de ella. Y así voy, encabronada cada vez que hay huelga, con los puños apretados por querer y no querer hacerla y sintiéndome muy culpable por ambos motivos.
Menuda mierda. Ascazo. Hoy he sufrido otra pequeña derrota en mi universo personal.
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