No recuerdo exactamente cómo acababa James Stewart con la pierna escayolada, y podría inventarme una historia fabulosa acerca de que fue escalando en busca de una playa paradisíaca o buceando cerca de un arrecife de coral o durante una intensa noche de fiesta en la mejor disco de la zona . Pero no.
Fue ayer, al dirigirme al coche cuando le di un puntapié rotundo e involuntario a la rueda del carro ultracargado del mercadona que no se movió ni un ápice ante el choque, dejándome yo ahí el pobre dedo meñique de mi pie izquierdo. Y justo la semana en que pretendía asistir a las fiestas del pueblo. Olé mi suerte, pero obviamente sin tacones y andando como Quasimodo creo que mi vuelta deberá esperar un año más.
Mi pobre dedo. Aïe.
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