No era la misma persona. Era imposible que lo fuera. No conocía otra respuesta a aquel enigma que no fuera esta. De día frío y distante. Balbuceante. De palabras inconexas. De noche tan atento y sincero. Divertido. Encantador. Increíble.
Al principio pensó que estaba loca, que el verdadero proceso de transformación se desarrollaba en su cabeza, que por un motivo que conocía bien pero quería tapar a toda costa, ella se estaba inventando aquella historia.
No era la primera vez que se inventaba las cosas, era muy consciente de ello, y de aquella experiencia agotada venía su recelo hacia sus percepciones.
Así que decidió tomárselo como un experimento. Le desproveyó de su alma y de su belleza, de su sonrisa y de sus palabras, de todos esos rasgos que le habían atraído en el pasado reciente y que pudieran trastocar su juicio, y decidió observarlo durante largo tiempo, tan desapasionadamente como pudiera, recordando sus días de laboratorio y convirtiéndolo en un objeto de estudio, el más excitante que jamás hubiera tenido.
Supo que no le quedaba otra solución posible que aquel experimento y a la vez sintió miedo de la desconfianza que se abría camino con insidia en sus pensamientos. Porque si esta enraizaba lo suficientemente hondo su historia moriría. De nuevo.
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