Iba caminando por el Mercadona con la mano agarrándome las tripas para mitigar el dolor que sentía y que parecía que me iba a hacer estallar la barriga.
Acababa de mandar hacía un rato, desde el portátil de la casa, unos tweets incendiarios a través de mi cuenta alternativa y de pronto me di cuenta de que tenía las dos cuentas abiertas en dos navegadores distintos (ese es el truco, no hay más) y de que había mantenido dos conversaciones a la vez pero en dos papeles muy distintos, por un lado era la mami profe tontibuena pero por el otro...
Y me entró el pánico.
El miedo a que te descubran no es como el miedo a encontrarte una cucaracha en mitad de la cocina. Lo primero es sentir cómo te falta la respiración. Se te pasan un millón de imágenes por la mente del futuro que te espera. Y luego ese dolor en el estómago.
Sé cómo sería. Lo sé de sobra. No me preguntéis por qué lo sé. No recuerdo haber vivido algo así. Al menos en esta vida. Pero lo sé.
Llegó al instituto. Bajó del coche. Las piernas no la sostenían. Sabía que iba camino del paredón. Aquella mañana sería el blanco de todas las miradas. La mayoría de incredulidad. La incredulidad daría pronto paso a la burla. La burla al escarnio. Nadie lo entendería y los pocos que lo harían no se atreverían a mostrarlo. la farsa se había acabado. Ya nunca nada volvería a ser igual.
Durante la hora de suplicio en el mercadona, tomé la resolución de eliminar esa cuenta. Rogué a Dios que todo fuera producto de mi imaginación y que si me daba la oportunidad de redimirme, acabaría con ella. No podía seguir jugándomela de aquella manera. A tomar por culo los 500 followers. En el aparcamiento, me conecté y volví a mirar los últimos tweets que había publicado, pero la mierda del móvil nunca me los pone todos. Llegué a casa desesperada, me metí por fin en la cuenta. Nada...
Tengo que acabar con esa cuenta sí o sí.
Feliz jueves!!
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