He tenido muchas vivencias pero pocas me ponen una sonrisa en la cara con la facilidad que lo hace el recuerdo de las Cruces de Granada.
Las sevillanas de banda sonora recibiéndote a la vuelta de cada esquina, el olor de los claveles cortados que se mezcla con el de los chorizos y de las morcillas de las planchas encendidas, y ese gentío, esa masa de gente como corrientes de río fluyendo por las calles.
Cómo nos gustaba Granada de Cruces. De hecho, aguantamos hasta la última sesión. Hasta que ya todo cambió y se desvirtuó el recuerdo.
Sin embargo, no me puedo olvidar cuando llegan estas fechas y oigo el rasgueo de una guitarra y sus primeros sones anunciando la primera, no me puedo olvidar de las tardes de primavera, de las risas, de la alegría, de la fiesta, de los bailes, y de lo felices que parecíamos, no me puedo olvidar de cómo nos recorríamos Granada, de un lado a otro, sin sentir pena ni fatiga, de Cruz en Cruz, desde la mañana hasta la noche y a veces incluso hasta el día siguiente, y no me puedo olvidar de cómo insistía siempre en llegar al menos una vez hasta el Paseo de los Tristes para respirar el ambiente mezcla de bohemia y de tradición, y sentarme un momento en el murete a contemplar la Alhambra.
Esos recuerdos son para mí uno de los bienes más preciados que atesoro y Dios quiera que nunca se me borren para echar mano de ellos siempre que necesite una sonrisa o un consuelo.
¡¡Felices Fiestas de Mayo!!
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