Entre todos los juguetes que mis enanas solicitaron en sus listas para Papá Noël y los Reyes Magos se encontraba una gatita Lulú, lo cual no es de extrañar pues la pequeñaja siente auténtica adoración por los animales, sobre todo los de pelo, y a mi marido sin embargo le pasa justo lo contrario, tiene horror de los pelos; así que para una niña de 3 años y pico y hasta que no consiga convencer a su padre, que todo se andará pues torres más altas cayeron, una gatita de plástico y de pelo sintético era un regalo soñado.
Mis hijas crecerán en un mundo lleno de bichejos que se mueven y producen ruidos inútiles y apenas se sorprenderán del realismo del que impregnan a estos autómatas, es ley de progreso. Pero los demás nooooo!!!!
Ya desde el primer momento en la tienda de juguetes, cuando metimos su caja en el carro y nos saludó con un miau lastimero y agudo, ya ahí sospechamos que no era un juguete de los hasta ahora habituales. Pero cuando su caja se movió con un golpe de patita, produciéndome uno de mis archifamosos sobresaltos (sí, yo soy la sobresaltos, problemas con mi conciencia imagino) las sospechas quedaron confirmadas.
La espera hasta la entrega por parte de Papá Noël (me crié con Papá Noël, no puedo honestamente creer en los Reyes Magos) de la gatita ha sido una pequeña tortura imaginando que aquel animal de corazón de pila pudiera desesperarse de estar encerrado en un armario y no veíamos el momento en que liberáramos a la criatura. En cuanto este momento llegó, la gatita quedó casi ipso factamente relegada al sofá de la casa, pues realmente la robótica hogareña no ha evolucionado tanto como supusimos que lo haría allá por los 80, y la gatita Lulú está estáticamente tumbada de lado lo cual reduce considerablemente las opciones de juego con el animal; eso sí, con esa esterna postura goyesca adoptada, nos observa con sus ojos azules de falsa procelana que de vez en cuando cierra, mientras emite sus dulces, femeninos y lastimosos maullidos o mueve la patita de tanto en tanto y sin previo aviso.
El otro día en el Mercadona la pequeña insistió tanto en que quería comida para su gato que por la tarde el abuelo trajo un puñado de gurullos de la Ginebra (el gato de la familia, un siamés grande, capado, desuñado y ¡real!!!!) a la gatita Lulú, mi madre estuvo haciéndole carantoñas ayer y yo llevo tres noches tapando al animalico antes de acostarme, gesto que me agradece con un miau justo cuando apago la luz.
En fin, no sé cuánto tiempo tardaremos en darnos cuenta de que es un juguete que funciona con pilas, que no es real, que no siente ni padece, que es un vulgar trozo de plástico.... pobrecica... ¿no?
¿No dicen que la primera película que se proyectó era de un tren entrando en una estación y la gente salió despavorida de la sala pensando que las iban a atropellar? Pues ya está, yo soy de las que habría salido corriendo. Pero eso sí, espero que si algún día los androides se hacen con el control de este planeta tomen en cuenta lo bien que tratamos a una de sus mascotas robóticogatunas.
¡¡¡Joyeux día de los Inocentes!!!! ¡¡¡A reír que es lo más sano!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario