Preludio
El día de las cacotas empieza cuando dos espíritus embutidos en sus pijamas y somnolientos se encuentran inopinadamente en la penumbra del día 9 de noviembre a las 6 de la mañana; el mayor al que llaman mamá no concilia el sueño ni a la de tres maquinando formas nuevas de torturar a sus alumnos y harto de dar vueltas en la cama se ha levantado para comprobar si ha habido "fugas nocturnas", momento preciso en el que pilla al más pequeño, el de las fugas, in fraganti cuando está a punto de despertar a su hermana que duerme de un bonito sueño angelical.
- Tengo caca.
El espíritu mayor se sienta en el borde de la bañera, mientras la pequeña con los ojos apenas abiertos parece que se va a dormir sentada en la taza. Tiene la cara blanquita y su piel parece tan suave que dan ganas de acariciarla si no fuera por el miedo a despertarla. Acabada la tarea, la mayor acompaña a la pequeña a su cama donde no tarda en dormirse y se va a la suya propia a seguir maquinando planes maquiavélicos para la clase de dentro de unas horas.
A la media hora, en pleno duermevela, la mayor ve encenderse la luz del pasillo por las rendijas de la puerta medio abierta de su dormitorio.
- Tengo caca.
Sin embargo, esta vez el espíritu grande no ha logrado frenarla a tiempo y el espíritu pequeño ha despertado a su hermana para que la acompañe hasta el baño. Ahí están las dos, en el cuarto de baño, con los pies desnudos a punto de pillarme una pulmonía, la mayor sentada en el borde de la bañera, velando a la pequeña que sigue con su carita de porcelana sentada en el trono.
- Acuéstate, ya me quedo yo.
- No, da igual. Isaaaaaaa, acaba ya que tengo pipí.
Trotes para el cuarto de baño de abajo, trotes para el cuarto de baño de arriba, vistazo al reloj, las 6:45h, cálculo rápido, media hora de cama todavía, acuesto niñas y me refugio bajo el edredón calentito.
- ¿Qué es?
Es la voz cavernosa del único habitante de la casa que quedaba dormido.
- Nada, tenía caca.
Capítulo uno de la tarde
3 de la tarde. Hambre canina. Intento de tratos y trucos con las mengajas para que se coman las mandarinas peladas y desgajadas que tienen delante de ellas; las mandarinas acaban abandonadas a cambio de una inmerecida petra de chocolate que se llevan corriendo al salón.
3 y media de la tarde. Comido y fregado el plato, liquidadas las mandarinas, y preparado el bolso de la grande que se va a pasar la noche con los abuelos y la tita mientras la pequeña va a asistir por primera vez como invitada autónoma a una fiesta de cumpleaños, nos subimos al coche. Mi mayor está contenta, ni siquiera ha matado a la pequeña por arrancarle la cabeza "sin querer" a su minúscula morsa petshop, y antes de bajarnos del coche, nos decimos lo mucho que nos vamos a echar de menos hasta mañana.
- ¿Quién va a echar más de menos a quién?
- Yo te voy a echar muchísimo de menos pero tú a mí mucho más.
Llegamos a casa de los abuelos. La abuela me enseña contenta su nuevo portátil, el segundo en dos años, Windows 8 incluído, añado algunos blogs favoritos al portátil que acaba de heredar el abuelo, la tita les saca unos regalitos lo suficientemente atractivos como para que la pequeña me haga prometer que después del cumple, la volveré a llevar a casa de los abuelos y nos vamos de nuevo.
Capítulo dos de la tarde
Vamos a los almacenes de juguetes, pero hasta las 4 y media no abren así que nos volvemos a casa a esperar. En el trayecto que no dura más de cinco minutos, la pequeña, también apodada "la abuela" por eso mismo, se ha dormido.
- Mami, es que cuando tengo sueño, me duermo.
Y eso está muy bien mija, porque llegará el día en que ni tu jefe ni tus hijas te dejen hacerlo, pero lo malo que tiene la abuela cuando se duerme es el despertar. Es que da miedo. Esperpéntico. Así que como puedo, la saco del coche y me la aúpo hasta la casa. Y es que pesa la condenada. Pero cuando veo que esboza una medio sonrisa me doy cuenta de que todo ha sido un paripé para que la lleve en brazos.
Un café, otra petra de chocolate y un capítulo de Peppa Pig más tarde, sé que ya es ineludible volver a los almacenes no sin antes luchar un poco contra nuestras pocas ganas mutuas de cumpleaños. Y de pronto tengo la visión de un futuro poco halagüeño de mi pobre hija convertida en frikiparia sin amigos porque la perra de su madre prefirió aparcar a la niña en casa de sus abus en lugar de fomentar una vida social prolífica llevándola a todas las fiestas de cumpleaños a las que era invitada y en ese preciso momento, avergonzada de mí-misma, hago un esfuerzo sobrehumano para convencer a la niña:
- Yo quiero ir a Arboleas.
- Pero si los cumples son muy divertidos y vas a ver a tu amiguita Cristina.
- No es mi amiga.
- Pues mira la invitación, te ha invitado. ¿Quién es tu mejor amiga?
- Puauulla Granera.
- Será Granero.
- No, es Granera.
- Pues a lo mejor va Paula Granera también. Y Antonio...
- Vale, voy. Pero no saludo y luego voy a Arboleas.
Ok. Estamos por fin y de nuevo en los almacenes buscando el regalo ideal para no una sino dos homenajeadas (gemelas sí hijo sí). Aunque la invitada, desconocedora de este pequeño detalle genético, sigue pensando que el cumpleaños es de Cristina y de Juan (y no de la otra gemela Laura, o Guara que es como se pronuncia en el idioma de "la abuela"), porque los grandes pedagogos de nuestros tiempos consideran que los gemelos deben ir a clases separadas para desarrollar mejor su personalidad y autonomía.
- Mami, tengo caca.
- ¿Como que tienes caca? ¡Pues no me has dicho que ya habías hecho! Ahora te esperas.
Seguimos dando vueltas con la esperanza de que la vista de tantos juguetes deslumbre a mi niña y le haga olvidar sus ganas pero de nuevo la dichosa frasecica:
- Mami, ¡que tengo caca!
Y vuelvo a tener otra espantosa visión de una madre que dejó que su niña se hiciera caquita en el pantalón en lugar de llevarla a un cuarto de baño antes de una fiesta de cumpleaños así que vuelvo a cargar a la niña en el coche rumbo a casa para que haga caquita y luego volver a comprar los regalitos a los almacenes (y no me preguntéis por qué no pregunto nunca si tienen baño).
Capítulo penúltimo de la tarde
Son las 5 y cuarto y al salir de los almacenes me doy cuenta de que fuera se ha hecho la oscuridad. De repente, a la altura del semáforo empieza una lluvia torrencial que apenas me deja ver dos o tres metros más allá del coche.
Llegamos a la calle, aparco el coche, sigue lloviendo con intensidad:
- ¿Nos esperamos a que deje de llover?
- Mami, que tengo caca.
- Ok. Pues ponte en la puerta para que te saque por ahí.
No llueve, diluvia. Estamos a unos veinte metros de la casa, pero el tiempo de sacarla en brazos y llegar hasta el porche, tengo el pantalón, el pelo y la chaqueta empapada, y ella también. Nos miramos, chorreando como estamos, nos reímos y entonces, pues los niños son por naturaleza bipolares, se pone a lloriquear por estar mojada.
- ¡Yo no quería mojarme!
Pero qué lista es mi niña, y quién querría estarlo, y todavía me echará la culpa a mí. Y entonces me mira y ve que tengo los cristales de las gafas completamente empañados y de nuevo se pone a reír.
Cinco minutos después, y como cabía esperar, amaina. Incluso sale un tímido rayo de sol. Que pronto desaparece, pero ya no vuelve a llover con la misma intensidad. Se oyen ruidos de sirenas a lo lejos.
Estoy empapada, tengo frío, voy a cambiarme de vaqueros, momento que aprovecha mi peque para atascar el váter con todo el papel higiénico que pilla, abrir su nuevo paraguas de Hello Kitty, engancharlo a la puerta y descoser una de las varas.
Le ladro como siempre lo hago cuando hacen algo mal mientras desatasco y coso el paraguas. Ella llora, como siempre llora cuando se le regaña, "ha sido sin querer", siempre es sin querer. Ya son las 17:45, el cumple es a las 18:00. Por fin estamos listas y medio secas para volver a los almacenes, comprar el regalo y llegar un poco tarde al cumple. Y ya que estamos en el coche, aparece mi marido por la calle y me hace un gesto por el retrovisor "ya no hay cumpleaños". Será por la lluvia.
Perdonad lo escatológico que pueda parecer (y que de hecho es) la entrada pero habrá un día en que mis dos mengajas serán más altas que yo y no querrán que las lleve en volanda bajo una lluvia torrencial y tampoco me informarán de cuando tengan caquita. Puede incluso que llegue el día en que sea una mengaja incluso más pequeña la que me diga "abuela, que tengo cacota" y entonces habrá un día en que me acuerde de esto, vuelva a leer esta entrada, me ría porque me habrá traído un millón de recuerdos a la memoria.
(Ha salido el sol por fin...)