Las niñas, mi marido y yo tenemos un trato. Cada noche, cuando toca irse a la cama a dormir, tenemos que contarles un cuento. A cambio, cuando finaliza el cuento, se acuestan y apagan la luz sin protestar. Así que cada noche, nos vamos turnando su padre y yo para contárselo.
El cuento es de temática libre aunque tienen sus preferencias. Como buena sirena que es, a Gabriela le encantan los cuentos de princesas en general y de sirenas en particular. Isabel María es más abierta, sólo quiere que el cuento la entretenga, que le haga gracia y como eso no suceda pronto, se pone a jugar con la sábana y el edredón y a inventarse sus propios cuentos en una lengua indescifrable para los demás.
Y debo confesar que le estoy tomando gusto a eso de leer cuentos infantiles. Al principio, Gabriela se empeñaba en que debían ser cuentos inventados. Yo el único cuento que fui capaz de inventarme de principio a fin fue el de un conejito llamado Toallitas que vivía en el apartamento situado en la quinta planta del Señor y de la Señora Smith y lo que sigue... ufff. El resto de mis cuentos eran variaciones de los clásicos de toda la vida. Hasta que un día, presa de la desesperación, abrí uno de sus libros y me puse a leer. Y les gustó. Y a mí también.
Y tal vez esa sea una de las razones por las cuales últimamente no estoy disfrutando de mis lecturas de adulta como quisiera y solía. Son tan deprimentes y tan poco creíbles algunas. Para muestra un botón como el del personaje del periodista de Millenium que me tuvo enganchada todo el verano. Lisbeth me encantó pero ese tío, el típico cuarentón buenísimo, listísimo, atractivísimo, con todos los ísimos posibles, el súper héroe que todo lo controla y que lo hace todo de lujo?? Bueno, y si además tiene lo que se llama "ética" y sólo lo mueven "nobles sentimientos" apaga y vámonos. Antes me espero a ver a tres cerditos trabajando como albañiles o a una familia de osos desayunando gachas que encontrarme con una joya semejante que debe aburrir en su cotidiano hasta a las ostras. Al menos los cerditos se montaban buenas juergas. Y lo mejor del caso es que después nos burlamos de la princesita ñoña de turno. Y este tío tan perfecto y al que todo le va tan bien, ese héroe de best seller que parece haber nacido con una flor en el culo, ¿de dónde lo han sacado? Y luego está la contrapartida, léase en este caso mi última distracción que son los cuentos de Flannery O'Connor. Si no me he podido acabar el último, consternada como me he quedado. Un pobre zagal que se hace polvo corriendo detrás de un pavo para que sus padres dejen de considerarlo raro y que se enorgullezcan de él por cazar un pavo, se da un golpe en la cabeza, pierde el conocimiento y el pavo, se caga en Dios, quiere volverse un chico malo, hasta aquí todavía, porque no es tan fácil cazar un pavo. Pero de pronto, ô ilusión, se encuentra con el pavo muerto, se va para el pueblo a llevárselo a su casa y al final, ¿quéeee? Eih ¿QUÉEEEEE? Al final cuatro tíos chungos del pueblo se quedan con el pavo?!?!??!?! Pero ¿esto qué es? ¿Era mucho pedir que se acabara comiendo el pavo? ¿Y no pensará alguien que yo puedo contarle semejante drama a mis niñas, ni ahora ni cuando tengan 30?
Esa es una de las partes buenas de los cuentos infantiles. Que estos siempre tienen que tener un final feliz. No se conoce ningún cuento infantil que haya acabado mal nunca, porque el trato que tienen los niños hecho entre ellos es que cuento infantil que les cuente y que acabe mal, cuento que va directamente a la hoguera, a la basura o al olvido. Y me parece un trato más que razonable.
El cuento estrella de esta semana en mi casa es una versión un tanto libre de Horrible Henry y Pedro Perfecto. Se trata de dos niñas preciosas y muy buenas que en cuanto cruzan el umbral de su casa se transforman en Gabriela Horrible e Isabel María Horrible, el azote de sus padres. Y a la pequeña parece que le gusta porque no se esconde debajo de la sábana y se ríe tanto que acaba siempre con hipo.
¡Buenas noches!
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