Cuando por fin volvemos a casa, con un coche Ferrari teledirigido y dos lotes de tres pinypons perfumadas, son las 8 y cuarto. Me he ganado ese baño, hoy sí.
Después de algunas escasas vicisitudes más (como meter el pollo al horno, subir y bajar un par de veces más para abrir el depósito del agua, pararme en medio del salón y soltar un medio quejido medio aullido de lobo) obtengo mi recompensa.
Eso fue lo que ocurrió el jueves. Una concatenación de absurdidades de las cuales yo fui la única instigadora, testigo y víctima. En otras ocasiones, apenas me habría percatado. O puede que me hubiese pillado uno de mis famosos cabreos. Pero el jueves me hizo tanta gracia que en un primer momento pensé en retwittearlo todo, para lo cual habría necesitado algo así como 60 o 70 tweets, cosa que todos los que tienen Twitter admitirán poco factible.
Y si tanto me gusta escribir sobre todo y nada, si es lo que llevo haciendo desde aquel primer diario que tuve con 13 años (no lo busquéis porque lo tiré) y no he dejado de hacerlo hasta ahora, por qué no aquí. Lo único que no lo contaré todo ;) y ya está.
Y hasta aquí la historia de por qué decidí un buen día empezar este blog.
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