Y de pronto, situadas mi peque y yo como estábamos en todo lo alto de la parte izquierda de las gradas del pabellón deportivo de Dalías, me percaté de que ninguno de los participantes que iba penetrando el tatami para realizar sus katas bajo la atenta mirada de tres jueces de silla llevaba calzado. Iban entrando descalzos. Sin nada. A pelo. Y ahí, en medio de tanto cinturón de todos los colores estaba mi niña, adorable, preciosa, la niña más bonita del universo que haya participado nunca en un campeonato de karate, la última de una cola de otras siete niñas vestidas de blanco como ella, con sus bonitos tenis blanco y rosa y sus calcetines de cebra, a punto de entrar en el tatami y ser descalificada en su primer contest. ¡¡Encogimiento de todo!! ¡¡Ay Dios mío!!! Porque una no entiende apenas nada de deportes pero sí que ha visto muchos juegos olímpicos, cada cuatro años desde Los Ángeles, y sabe que los árbitros no se andan con chiquitas con lo que llamaríamos detalles, chorradas o formas de tocar los pis varias. Y no pudiendo tirarme de las gradas, hice lo que cualquier mujer habría hecho en esa circunstancia. Sí. Fui corriendo, no sin antes dejarme a la peque sola en medio de un montón de desconocidos guardando los bolsos y nuestro sitio, en busca de mi marido que se había posicionado estratégicamente para grabar el acontecimiento y le expliqué a voces que la niña iba calzada y que tenía que apañársela como pudiera para que la niña no entrara en el tatami con los tenis, "¡¡tú verás como lo haces, pero como jefe de la mamada es tu deber solucionar este tipo de cosas y como la niña se meta con los tenis- (vosotros sabéis muy bien cómo acabar este tipo de amenazas)!!!" Y ahí que fue volando mi marido intentando imaginar la manera de sortear el cerco para llegar a la niña antes de que se subiera al tatami.
Pero contrariamente a la creencia popular, quien lo soluciona siempre todo al final es la madre. Desde tiempos inmemoriales, desde que el hombre tiene esposa, ella es la que acaba arreglándolo todo. Y por obra y gracia de la Virgen de la Providencia, mi preciosa niña tuvo a bien mirar hacia las gradas y encontrar en mitad de un millón de gente a su madre y su hermana pequeña haciendo aspavientos para que entendiera que tenía que quitarse los tenis.
Y dos horas, un 7,5 de media, una medalla por participar y una no descalificación después, la tribu regresó a casa con el orgullo de sus padres por tener a la karateka más bonita del Universo.
Cuidaos, que es lunes, y besis a tutiplén!!
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