miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sol de otoño

Contra todo pronóstico, aquel insólito verano, julio fue fresco así como el mes de agosto que le sucedió.

Nadie supo explicar el cambio del clima. Los habitantes olvidaron en seguida lo que había sido convivir con la canícula y se pusieron a disfrutar de la repentina clemencia del estío. 

Entonces llegó septiembre. El calor fue desde las primeras horas del primer día tan asfixiante que aplacó a los hombres y a las bestias que lo presenciaron; los cuerpos aletargados no encontraban respiro ni en las sombras del día ni en las de la noche, y nadie hallaba explicación alguna a semejante fenómeno.

Aquel primero de septiembre, lo había vuelto a ver tras un lapso de tiempo tan largo que lo creyó suficiente. Fue intuir su presencia y la sangre volvió a bombear con tanta fuerza que le quemó la piel por fuera. Con el rostro encendido y el cuerpo convulso se habían acercado el uno al otro y se habían tocado como si nada de aquel tiempo hubiera transcurrido.

Tras unas semanas, se separaron de nuevo. Poco a poco el calor amainó. Las estaciones volvieron a ser como habían sido siempre.




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