Al entrar en la iglesia, me topé con los cuervos. Cubrían los primeros
bancos ante el altar. Algunos se pasaban el pico por su plumaje azulado
con aparente indiferencia hacia los allí congregados mientras otros
observaban con sus ojos de azabache a los que iban accediendo al templo.
Permanecían en silencio. Intenté rehacerme de la sorpresa cuanto antes y
miré hacia el suelo porque no quería encontrarme con su mirada hasta
sentarme en uno de los bancos vacíos de la derecha. Me di cuenta de que
lo que sentía era miedo y eso me enfadó así que me dirigí directamente a
Dios y le pregunté por qué había permitido que los cuervos accedieran
al templo. Pero él no me contestó. Levanté la mirada y busqué la cruz.
Detrás de ella, pintados directamente sobre la piedra del ábside, había
ángeles, eran ángeles con forma de mujer, eran ángeles madres que
tocaban instrumentos sentadas en nubes del cielo y que hablaban con
hombres que parecían santos, pero Dios no estaba por ninguna parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario