martes, 1 de abril de 2014

El enjambre

Hasta el gallinero me llega el ruido que hace el enjambre. Está debajo de mí, en un bucle en constante movimiento. Es el ruido de una orquesta de cientos de bajos afinándose en los momentos previos a un concierto. Cada voz murmulla ajena a la siguiente y a la anterior y la suma de aquella amalgama de cientos de voces discordantes en constante cuchicheo produce un clamor atronador que lo llena todo.

Y aquí estoy yo, esa soy yo, al otro lado de la fila de los tickets esperando a que se haga la hora para entrar al cine. Queda todavía media hora y me he apostado aquí, apoyada en la barandilla de cristal que me protege de caer y desde la que me asomo de tanto en tanto a observar el enjambre debajo de mí.

No puedo mirar mucho hacia abajo. Está demasiado alto y con mi vértigo en cualquier momento voy a tirarme al vacío sin querer.

Así que me doy la vuelta y contemplo la fila que delante de mí desfila lentamente afilando sus instrumentos. Sonrío, estoy a gusto y es raro, camuflada como estoy apostada en la barandilla. Los observo sin detenerme mucho en ninguno para que no me vean. De hecho, sólo unos pocos parecen verme pero en seguida desvían sus miradas porque no me han visto. No saben quién soy. Aquí no soy nadie. Sonrío. Soy libre. Me dejan mirarlos si no me detengo mucho en ninguno de ellos. Libre dentro del enjambre. Nadie sabe quién soy. No soy nadie y soy todos. Aquí me siento uno de ellos.
 

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