Todo está en tener la paciencia suficiente para dejar de intentarlo y respirar despacio y hondo.
Desde la ventana de la cocina veo los nublos en el cielo aunque para hoy daban buen tiempo. También alcanzo a distinguir las copas de los eucaliptos gigantes y cómo el viento los agita. Desconozco su valor ecológico, entendedme, me suelen gustar los árboles, pero es que estos árboles son feos, horribles, con su corteza desprendiéndose a cachos y dejando al descubierto una madera demasiado blanca para no parecer enferma, y tienen decaídas y postradas todas sus ramas de hojas ni siquiera verdes sino amarillentas. Son árboles tristes y feos. Y de lo altos que son, ahí plantados en mitad del corredor de aire que forma el callejón, un día de viento se desplomarán sobre algún desgraciado.
He cortado por la mitad, quitado el corazón y metido en el horno bocabajo los cuatro pimientos morrones para asar que he estado acumulando durante estas dos semanas. Me gustan los pimientos morrones, su sabor extraordinariamente dulce, aunque no entiendo que tengan la piel tan dura. Siempre tengo un pimiento rojo dando vueltas por la nevera o el frutero. Me gustan. Comparado con un sabroso y firme pimiento rojo, el pimiento verde parece insignificante e insulso. Así pues, me he dejado mis pimientos en el horno y me he ido al mercado.
Qué olor más bueno tiene el clavo. Y el laurel. El caldo del rabo de toro ya empieza a perfumar la cocina. Y aunque ya está casi listo para dejarlo cocer a fuego lento y me podría salir, hoy me apetece remolonear un ratito más en la cocina. Es un día de esos en los que estaría cocinando durante todo el día porque sí. Me faltan verbos que se pierden en la traducción, como "concocter" que transforma el cocinar en un experimento de laboratorio o "mijoter" que significa cocinar con ternura...
Así que me lío con el ajo. Pelo media cabeza y corto los dientes en finas láminas. Los pimientos ya están asados. Su piel aún caliente se ha desprendido con facilidad. He tenido mucho cuidado de no espachurrar con los dedos su carne ahora desnuda, blanda y delicada y la he separado en finas tiras. Cojo la mitad y les pongo por encima unas láminas de ajo y unas escamas de sal. La cubro con la otra mitad de los pimientos, unas láminas más y un poco más de escamas. Y finalmente lo rocío todo con un buen chorro de aceite de oliva extra.
Con lo que me sobra de ajo, decido preparar los boquerones en vinagre que tenía reservados y todavía me queda unos dientes y unas hojas de perejil para saltear unos champiñones con unos taquitos de jamón para acompañar la carne de la noche. Aunque creo que también le pegaría unas manzanas fritas.
Pero todavía no me he resarcido del todo. O tal vez es que me apetece permanecer entre mis cuchillos, mis ollas y mis fogones un ratito más así que abro la nevera y veo que quedan unas pocas frutas huérfanas: un mango, unas fresas, unas manzanas. También hay unos pocos plátanos a punto de madurar. Y qué tal una ensalada de frutas como postre.
El truco está en rebuscar en los cajones de la cocina, pausar la respiración y tener paciencia.
Feliz sábado!!
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