Lo reconozco. He engañado a media humanidad para pasar la tarde en Macondo.
Mentiría si dijera que no tiene nada que ver con su muerte puesto que tiene todo que ver.
Sí. Ahora que ha muerto es cuando por fin me he puesto a leer sus Cien Años de Soledad.
No lo adquirí hace mucho. Fue en noviembre, para mi cumpleaños, cuando me autorregalé este y el Plenilunio.
Sólo sé regalar libros.
La fatalidad hizo que me pusiera a leer el otro antes y tan grande fue la decepción que dejé el Cien Años de Soledad dormitar encima de mi mesita de noche criando polvo. Como si él hubiese tenido la culpa de que el otro fuera una mierda.
Y es que la vida es así de injusta y estúpida en muchas ocasiones.
Sólo sé regalar libros.
La fatalidad hizo que me pusiera a leer el otro antes y tan grande fue la decepción que dejé el Cien Años de Soledad dormitar encima de mi mesita de noche criando polvo. Como si él hubiese tenido la culpa de que el otro fuera una mierda.
Y es que la vida es así de injusta y estúpida en muchas ocasiones.
Y eso que llevaba más de veinte años queriendo leerlo. Desde aquel verano en que Mónica y Cristina lo leyeron. Hemos sido amigas de casi todo menos de dejarnos libros. Pero no se lo reprocho. A mí tampoco me gusta dejar libros. Lo detesto. La mayoría de las veces no vuelven y eso me da rabia. Pero es curioso que nunca nos hayamos dejado ningún libro.
Durante aquellos veranos en el pueblo, en las horas en las que sólo cabían el calor y el tedio, y mientras ellas leían libros tan mágicos como el Señor de los Anillos o Cien Años de Soledad, yo sólo tenía a mano los libros de una colección de literatura universal de mi tío Juanjo. No recuerdo la editorial, sólo que eran libros de tapa blanda, color verde oscuro con el título en rojo, y que me parecían feísimos, comparados con los libros de Mónica y de Cristina, de todos los tamaños, con esas tapas en tonalidades pasteles con ilustraciones de colores. Mientras ellas leían los libros que me parecían los más extraordinarios jamás escritos, yo me tenía que conformar con leer la Metamorfosis, Borges o las Mil y una noches.
Sí. Uno de esos veranos de hace más de veinte años despertó en mí el deseo siempre presente desde entonces de leer Cien Años de Soledad. Y si no hubiera preferido leer Plenilunio por un antojo más inmediato en el tiempo, cuando anteayer todo el mundo se dirigía a Macondo, yo no me habría quedado como una pasmarota buscando en la wikipedia a ver a dónde iban.
Durante aquellos veranos en el pueblo, en las horas en las que sólo cabían el calor y el tedio, y mientras ellas leían libros tan mágicos como el Señor de los Anillos o Cien Años de Soledad, yo sólo tenía a mano los libros de una colección de literatura universal de mi tío Juanjo. No recuerdo la editorial, sólo que eran libros de tapa blanda, color verde oscuro con el título en rojo, y que me parecían feísimos, comparados con los libros de Mónica y de Cristina, de todos los tamaños, con esas tapas en tonalidades pasteles con ilustraciones de colores. Mientras ellas leían los libros que me parecían los más extraordinarios jamás escritos, yo me tenía que conformar con leer la Metamorfosis, Borges o las Mil y una noches.
Sí. Uno de esos veranos de hace más de veinte años despertó en mí el deseo siempre presente desde entonces de leer Cien Años de Soledad. Y si no hubiera preferido leer Plenilunio por un antojo más inmediato en el tiempo, cuando anteayer todo el mundo se dirigía a Macondo, yo no me habría quedado como una pasmarota buscando en la wikipedia a ver a dónde iban.
Y ayer no aguanté más.
Hay gente a la que le gusta hacerlo lentamente, saboreando cada cachito, se tiran días y días haciéndolo. A veces incluso semanas. Tienen una paciencia infinita. Yo sin embargo no. Soy de lectura brutal y compulsiva, de las de aquí te pillo y aquí te mato; si un libro me atrapa, en cuanto me adentro en sus páginas y hasta que no acabo no puedo salir, no puedo hacer nada más que devorarlo sin más.
Pero, ¿sabéis qué? No sólo soy una envidiosa asquerosa sino que además disfruto muchísimo más si sé que otros me envidian o me detestan o sufren por el placer que estoy sintiendo. Y resulta que estoy haciendo ahora mismo lo que la mayoría de vosotros ya no podrá hacer nunca más y es leer "Cien años de soledad" por primera vez, disfrutarlo por primera vez, sentirme por primera vez atrapada en Macondo, y eso sé que en el fondo me lo vais a envidiar...
Feliz final de Semana Santa!!!
(shhhtttt... es broma... o tal vez no, no lo sé... ;)... )
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