Me han relegado a la cocina. Para no faltar a la verdad, me he relegado yo solita sin que haya habido ni un solo amago por mi parte de hacerme con el mando de la tele. Hoy me he despertado imbuida de espíritu hogareño. Ese es el sentir, y por eso estoy ahora aquí sentada en la cocina, viendo Rebeca, entre vapores de ollas y olores a puchero y a habichuelas estofadas.
Pero mi día ha sido mucho más interesante de lo que pudiera parecer. Me he vestido temprano y me he subido al coche para hacer la plaza. El martes es día de mercado en el pueblo. Habría ido andando pero el viento de estos días hace casi imposible cruzar el puente sin salir volando. No hemos tenido invierno este año, sólo viento. Así que he cogido el coche. Y mira que no me gusta ir en coche al pueblo. Casi tan imposible como cruzar el puente es encontrar un sitio donde aparcar. Pues sí, este es un pueblo sin agua potable y sin aparcamientos. En fin...
Después de muchas vueltas y al borde del colapso emocional por no poder aparcar, de hecho a puntito de desistir, no me puedo creer la suerte que he tenido al conseguir dejarlo justo al borde de la zona amarilla de seguridad frente al cuartel de la Guardia Civil, con una agente de la Benemérita hablándole a su smartphone justo a mi lado. Dios bendiga los smartphones. Porque es que además iba sin el cinturón puesto. De un tiempo a esta parte, no me pongo el cinturón para callejear por el pueblo, llamémoslo "rebelión contra el sistema" o "vivir peligrosamente".
Una vez aparcada, he ido a sacar dinero por iniciativa propia y a la vuelta me he parado en un puesto que ocupaba el puesto del hombre mayor al que le compro los pocos martes en que me puedo acercar a la plaza y que hoy no estaba. No es comparable a Tomás pero este señor mayor tiene la inmensa virtud de hablarles de usted a sus clientas y eso es algo que me hace gracia. Este tendero era igual de calvo que mi señor educado pero algo más joven. Y un poco chulillo. No me gusta la gente chula pero me he percatado un poco tarde para irme. Le he pedido consejo acerca de las mejores peras y me ha dicho que me tenía que fiar de él sí o sí. ¿A qué ha venido eso? No tenía pimientos morrones. Un hombre se los ha llevado todos a primera hora. Le he dado vueltas a la cabeza intentando imaginar qué clase de persona desabastece un puesto y tal vez todo el mercado de pimientos morrones y con qué intención. Pero he pensado que eso era pensar demasiado. Le he dicho que quería una caja de fresones pero que fueran españoles, no los de la caja esa que pone "Países Bajos", y no me lo puedo creer, se ha reído de mí, alegando que lo de "Países Bajos" era sólo la marca. De hecho se ha puesto un poco pesado enseñándome donde ponía que eran de Huelva, y finalmente ha añadido que además los Países Bajos no son un país sino varios. Me he callado oportunamente y he agachado la cabeza. No ha lugar, he pensado. Y tanta gracia le ha hecho mi humilde incultura que sin pedírselo, se ha ofrecido a llevarme la mitad de la compra hasta el coche.
Luego he ido a mi carnicero. Menos mal que estaba él y no su mujer. Aunque reitero que lo nuestro es puramente platónico. Se ha disculpado por metérmela toda en una sola bolsa. La carne me refiero. Le he dicho con una sonrisa complaciente que no pasaba nada, que tenía el coche cerca.
Al salir, he comprado una barra de pan enfrente, y me he traído un bollo para probar a hacer la porra de ayer. Después del desayuno en familia, me he puesto a preparar el cocido, y las habichuelas estofadas para la noche. Y ahora estoy aquí sentada en la cocina viendo Rebeca.
Lo cierto es que he quedado un poco tocada al leer algunas entradas de los blogs que sigo. Parecen haber sufrido todos una implosión de sensualidad con la llegada de la primavera, tríos, intercambios de pareja, amores con "p" de pasión desbocada, y yo mientras aquí preparando sopa de cocido y friendo la cebolla y los ajos de las habichuelas.
En fin, menos mal que está Rebeca en la tele para olvidar mis preocupaciones. Todo un lujo para el mediodía de un martes. Hay días en que envidio la vida de las amas de casa que pueden disfrutar de Rebeca sentadas tranquilamente en sus cocinas.
Pero mi día ha sido mucho más interesante de lo que pudiera parecer. Me he vestido temprano y me he subido al coche para hacer la plaza. El martes es día de mercado en el pueblo. Habría ido andando pero el viento de estos días hace casi imposible cruzar el puente sin salir volando. No hemos tenido invierno este año, sólo viento. Así que he cogido el coche. Y mira que no me gusta ir en coche al pueblo. Casi tan imposible como cruzar el puente es encontrar un sitio donde aparcar. Pues sí, este es un pueblo sin agua potable y sin aparcamientos. En fin...
Después de muchas vueltas y al borde del colapso emocional por no poder aparcar, de hecho a puntito de desistir, no me puedo creer la suerte que he tenido al conseguir dejarlo justo al borde de la zona amarilla de seguridad frente al cuartel de la Guardia Civil, con una agente de la Benemérita hablándole a su smartphone justo a mi lado. Dios bendiga los smartphones. Porque es que además iba sin el cinturón puesto. De un tiempo a esta parte, no me pongo el cinturón para callejear por el pueblo, llamémoslo "rebelión contra el sistema" o "vivir peligrosamente".
Una vez aparcada, he ido a sacar dinero por iniciativa propia y a la vuelta me he parado en un puesto que ocupaba el puesto del hombre mayor al que le compro los pocos martes en que me puedo acercar a la plaza y que hoy no estaba. No es comparable a Tomás pero este señor mayor tiene la inmensa virtud de hablarles de usted a sus clientas y eso es algo que me hace gracia. Este tendero era igual de calvo que mi señor educado pero algo más joven. Y un poco chulillo. No me gusta la gente chula pero me he percatado un poco tarde para irme. Le he pedido consejo acerca de las mejores peras y me ha dicho que me tenía que fiar de él sí o sí. ¿A qué ha venido eso? No tenía pimientos morrones. Un hombre se los ha llevado todos a primera hora. Le he dado vueltas a la cabeza intentando imaginar qué clase de persona desabastece un puesto y tal vez todo el mercado de pimientos morrones y con qué intención. Pero he pensado que eso era pensar demasiado. Le he dicho que quería una caja de fresones pero que fueran españoles, no los de la caja esa que pone "Países Bajos", y no me lo puedo creer, se ha reído de mí, alegando que lo de "Países Bajos" era sólo la marca. De hecho se ha puesto un poco pesado enseñándome donde ponía que eran de Huelva, y finalmente ha añadido que además los Países Bajos no son un país sino varios. Me he callado oportunamente y he agachado la cabeza. No ha lugar, he pensado. Y tanta gracia le ha hecho mi humilde incultura que sin pedírselo, se ha ofrecido a llevarme la mitad de la compra hasta el coche.
Luego he ido a mi carnicero. Menos mal que estaba él y no su mujer. Aunque reitero que lo nuestro es puramente platónico. Se ha disculpado por metérmela toda en una sola bolsa. La carne me refiero. Le he dicho con una sonrisa complaciente que no pasaba nada, que tenía el coche cerca.
Al salir, he comprado una barra de pan enfrente, y me he traído un bollo para probar a hacer la porra de ayer. Después del desayuno en familia, me he puesto a preparar el cocido, y las habichuelas estofadas para la noche. Y ahora estoy aquí sentada en la cocina viendo Rebeca.
Lo cierto es que he quedado un poco tocada al leer algunas entradas de los blogs que sigo. Parecen haber sufrido todos una implosión de sensualidad con la llegada de la primavera, tríos, intercambios de pareja, amores con "p" de pasión desbocada, y yo mientras aquí preparando sopa de cocido y friendo la cebolla y los ajos de las habichuelas.
En fin, menos mal que está Rebeca en la tele para olvidar mis preocupaciones. Todo un lujo para el mediodía de un martes. Hay días en que envidio la vida de las amas de casa que pueden disfrutar de Rebeca sentadas tranquilamente en sus cocinas.
Max acaba de darle un puñetazo a Favell. Uy, pero qué falta de gallardía en el golpe. Me sorprende la cabriola que ha hecho el tal Favell al caerse.
He apartado las habichuelas y ahora la sopa se está cociendo a fuego lento. Tengo un ojo puesto en la pantalla de la tele y por fin me he podido sentar un ratito a podar mis entradas
de ayer. Soy incapaz de dejar una entrada tal y
como la he publicado en primera instancia si no me satisface el
posicionamiento y la sonoridad de cada uno de sus elementos. De hecho, y
si tuviera tiempo, me pasaría el día entero cocinando entradas nuevas y
podando las antiguas.
Y es que hoy me he levantado así. Qué le vamos a hacer.
Y es que hoy me he levantado así. Qué le vamos a hacer.
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