Es tercera hora. He salido un momento del aula en busca de algo. No recuerdo ahora qué pues tenía la certeza de que lo llevaba todo al llegar.
No voy sola. Me acompaña Ana. La recuerdo andando a mi lado. Va a por algo que se ha dejado en su clase. El móvil. Se ha dejado el móvil que no debería siquiera traer al instituto. No me apetecía jugar al poli malo y la he dejado ir a buscarlo.
En el corto trayecto que separa el edificio donde se encuentra el aula del edificio central, me habla de los últimos exámenes que ha hecho y de lo mal que le están saliendo los parciales. En seguida llegamos a la gran puerta acristalada del edificio central.
Me adelanto para abrir la puerta y es cuando veo el reflejo en el cristal por el rabillo del ojo.
Me adelanto para abrir la puerta y es cuando veo el reflejo en el cristal por el rabillo del ojo.
Su cabeza grande desproporcionada en comparación con su cuerpo está tan encorvada que parece que tenga chepa. Su pelo lacio y descolorido cuelga escaso a ambos lados de la joroba. Los rasgos apenas marcados se diluyen en la inmensidad de una cara pepona. Las gafas de pasta empequeñecen unos ojos tan cansados que se han caído por los lados y que abren con dificultad.
Desvío rápidamente la mirada pero ya es tarde. Sé que ella también me ha visto por el rabillo del ojo. No sólo me ha visto sino que incluso juraría que me ha sonreído y su sonrisa me ha helado la sangre.
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