Puede que de haber salido el sol el día hubiese sido distinto.
En el recreo, me dirigía hacia la salida cuando he visto a lo lejos cómo la gente salía despavorida al quedarse al descubierto. Era la lluvia, la que anunciaban en todos lados para hoy y que absolutamente nadie esperaba, la que ha hecho acto de presencia. Y no tenía mi paraguas a mano. Puede que lo tuviera metido en el bolso pero de pronto no he tenido ganas de buscarlo o de sacarlo. No.
Creo que existen tres clases de personas, las que corren bajo la lluvia, las que llevan siempre el paraguas a mano y finalmente las que parecen inmunes a ella.
Admito que a veces he hecho el paripé de ponerme bajo un paraguas, pero porque no me gusta ponérselo demasiado fácil a los que piensan que soy una rarita. Sin embargo, estoy convencida de que cualquiera que haya pasado un solo invierno en Cork sabrá lo inútil que puede llegar a ser un paraguas.
Jajajajaj, mira lo que consigues lluvia, y eso que te doy mala prensa. En Cork, tenía un paraguas. Que me duró el primer chaparrón. Una endemoniada ráfaga de viento emprendió una lucha conmigo, me lo volteó, me lo articuló de todas las maneras posibles como una marioneta hasta que no quedó más que un amasijo de esas ramas metálicas de las que están hechos los paraguas. Claro que durante todo el proceso yo estaba debajo del paraguas poniéndome como una sopa. Y ese fue el final del primer paraguas. El segundo paraguas me duró un poco más porque aprendí a luchar contra el viento con el resultado siempre muy producente de conservar como única parte seca de toda mi anatomía la coronilla. Sip. Lo único que no se mojaba era la coronilla. Parecía que llovía desde abajo, algo parecido a lo que dicen en la peli de Forrest Gump. Creo que la tarde que decidí deshacerme de aquel paraguas fue la vez que quedamos con aquellos dos portugueses (fue en Cork donde descubrí que sabía italiano, portugués, e incluso vasco) y llovía, claro, lo mismo que pasa aquí con la lluvia pero al revés, que aquí no llueve nunca, y justo al cruzar para meternos en un Coffee Shop pasó. Un coche. Como una sopa. No se salvó ni la coronilla. Lo cierto es que se rieron mucho. Si se acuerdan todavía se reirán. La cita fue obviamente un desastre. Desde entonces me pego a las paredes cuando veo un coche acercarse a un charco de agua. Y dejé de usar paraguas. Ahora los cojo porque no quiero que las niñas me salgan a mí en lo de rarilla y me los dejo. No sé cuántos paraguas he perdido en todo este tiempo.
Creo que existen tres clases de personas, las que corren bajo la lluvia, las que llevan siempre el paraguas a mano y finalmente las que parecen inmunes a ella.
Admito que a veces he hecho el paripé de ponerme bajo un paraguas, pero porque no me gusta ponérselo demasiado fácil a los que piensan que soy una rarita. Sin embargo, estoy convencida de que cualquiera que haya pasado un solo invierno en Cork sabrá lo inútil que puede llegar a ser un paraguas.
Jajajajaj, mira lo que consigues lluvia, y eso que te doy mala prensa. En Cork, tenía un paraguas. Que me duró el primer chaparrón. Una endemoniada ráfaga de viento emprendió una lucha conmigo, me lo volteó, me lo articuló de todas las maneras posibles como una marioneta hasta que no quedó más que un amasijo de esas ramas metálicas de las que están hechos los paraguas. Claro que durante todo el proceso yo estaba debajo del paraguas poniéndome como una sopa. Y ese fue el final del primer paraguas. El segundo paraguas me duró un poco más porque aprendí a luchar contra el viento con el resultado siempre muy producente de conservar como única parte seca de toda mi anatomía la coronilla. Sip. Lo único que no se mojaba era la coronilla. Parecía que llovía desde abajo, algo parecido a lo que dicen en la peli de Forrest Gump. Creo que la tarde que decidí deshacerme de aquel paraguas fue la vez que quedamos con aquellos dos portugueses (fue en Cork donde descubrí que sabía italiano, portugués, e incluso vasco) y llovía, claro, lo mismo que pasa aquí con la lluvia pero al revés, que aquí no llueve nunca, y justo al cruzar para meternos en un Coffee Shop pasó. Un coche. Como una sopa. No se salvó ni la coronilla. Lo cierto es que se rieron mucho. Si se acuerdan todavía se reirán. La cita fue obviamente un desastre. Desde entonces me pego a las paredes cuando veo un coche acercarse a un charco de agua. Y dejé de usar paraguas. Ahora los cojo porque no quiero que las niñas me salgan a mí en lo de rarilla y me los dejo. No sé cuántos paraguas he perdido en todo este tiempo.
Pero hoy he hecho una excepción, de esos días que te da igual que te vean como una rara, que no te apetece ponerte la máscara de todos los días, me he soltado la melena, me he metido debajo de la lluvia, he levantado la cara y he dejado que me lavara, y que me limpiara y que me diluyera toda esa tristeza de la madrugada.
Feliz noche!!
Feliz noche!!
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