martes, 14 de enero de 2014

De besos, hombres y cabras

(Los hombres que miraban fijamente a las cabras)

Hay películas que no deberían verse jamás. Terminantemente. Porque si no van a cumplir las expectativas creadas por un título tan irresistible como evocador de los mejores (entiéndase en mi caso como los más bizarros) momentos tarantinianos, es mejor quedarse con esa dulce miel en los labios que genera el deseo y despierta la imaginación.


(Vértigo Vol. 1)

Como también debería estar prohibido buscar aquel disco recopilatorio por pensar de pronto, sin ningún motivo aparente, en unos acordes musicales que poco a poco se van convirtiendo en una rutina que te amartilla la inconsciencia, y van despertando lo que se asemeja a recuerdos de un tiempo ahora resuelto. Lo buscas con ahinco, lo encuentras por fin, te pones a escucharlo y te das cuenta de que la mayoría de sus canciones te aburren o te duermen o te ponen una mueca amarga en la cara en lugar de una sonrisa incapaces como son de rescatar ningún recuerdo real. Y lo que te gustaba ya no lo hace, y puede que eso sea lo que llaman envejecer y que tanto trabajo te está costando asumir pero que no quieres que nada ni que nadie te fuerce a admitir.


(Besos)

Y también hay besos que no deberían haberse dado nunca. No por no desearlos sino simplemente porque en el fondo un beso no deja de ser un beso. Mejor habría sido quedarse con el sentir de lo que pudo ser.



El día va empeorando por momentos. En fin...

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